Ayer tuve una grata sorpresa, y lo mejor de todo, me sentí feliz; ayer, mi nieto mayor me mostró su espíritu, y en ello pude apreciar cómo el Espíritu Santo empieza a hacer crecer la sabiduría de Sebastián. Ayer mis temores fueron disipados, porque a pesar de la adversidad, Dios se ha instalado en su corazón y está evidenciando las virtudes y las supremas capacidades intelectuales en mi descendiente, por ello, doy gracias a mi Señor.
Cada día que llega es un milagro, y está en nosotros el glorificar a Dios por ello; cada día nos intimida menos el sufrimiento y el dolor, porque nos hacemos conscientes, que mucho de lo que nos ocurre y mortifica, se traduce como una lección de vida para allanarnos el camino hacia la verdad que nos espera al final de los días. Quien no quiere verlo así, está en su derecho de seguir dudando, pero yo les aseguro, que no pasará mucho tiempo en el que estén frente a las respuestas que siempre han estado buscando.
Perderse en el camino es fácil, afortunadamente, en esta oscuridad de confusión que oprime nuestro espíritu, en este torrente de adversidad generado por el mal, siempre habremos de encontrar la luz que nos guíe hacia nuestro destino final.
Ayer me di cuenta, que nos soy más viejo por sentarme a escuchar a los que no se sienten escuchados, por compartir mi tiempo con los que dicen que nadie tiene tiempo para ellos, y por despertar a los espíritus dormidos, que han anhelado sentir el calor, que emite la luz de la cercanía del amor que Dios ha obsequiado a quienes lo han amado desde que llegó a su corazón.
Ayer, es hoy, y será todos los días un milagro, más en estos tiempos, cuando la paz, la armonía y la misma vida de los inocentes, está siendo amenazada, pidámosle a Dios su intervención para ponerla a salvo.

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