Son estos momentos de aridez, el suelo que pisamos parece no estar dispuesto a vivir sólo de esperanzas, el aire entre frío y calor pareciera una fina navaja que corta sutilmente la piel, el oxígeno es impuro, demasiados contaminantes en el ambiente, los pobladores pasan de la codependencia paternalista al desencanto abrumador.
Dicen que toda crisis trae consigo un cambio, los oportunistas brotan por doquier aprovechando los desvaríos y se ofrecen como agentes descontaminantes, usando palabras nuevas, pero igual cargadas de violencia, de desquite, promoviendo una lucha de todos contra todos.
Pareciera que todos asumimos resignados la corresponsabilidad de tener un Estado aparentemente agonizante, donde nadie está a salvo de ser enjuiciado, donde nadie tiene calidad moral para asumir un liderazgo democrático; muchos golpes de pecho falsos, por pecar de inocentes o de ignorantes, donde los ofendidos resultaron ser los causantes del presente incierto, un Estado mesiánico lleno de víctimas y victimarios.
¿Será todo esto cierto? Según la opinión del tío Tiótimo, que se ostenta filósofos, sociólogo y politólogo, lo que estamos experimentando: indefensión, inseguridad, orfandad, victimización, desmoralización, deshumanización, es parte de una estrategia de origen global para someter la voluntad ciudadana universal a un proceso de autodestrucción para que únicamente sobrevivan los descendientes de las cucarachas.
Recordemos que la materia no se crea ni se destruye sólo se transforma, pero nos queda la duda de si lo que estamos experimentando es para bien o para mal.

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