Escribo el presente artículo, un día antes de su publicación, es 1 de octubre, día muy especial, pues 80 años atrás. nació quien confirmara una verdad teológica; me refiero, a quien fungiera como mi ángel de la guarda, Antonio Ángel Beltrán Castro, mi amigo de siempre, mi hermano en Cristo Jesús, y le doy gracias a Dios que lo haya enviado a mi persona, para paliar el dolor de sentir, cómo mi espíritu buscaba salir de mi cuerpo material, para vagar por la senda de la tristeza y la desolación. Según el catecismo de la Iglesia Católica (CIC) párrafo 328, “La existencia de los seres espirituales, incorpóreos, que la Sagrada Escritura suele llamar “ángeles” es una verdad de fe.” (Wikipedia, Angelología).

Que, si Toño era humano, ni dudarlo; que, si su espíritu era divino, como el de todos; de ahí que, por voluntad de Dios, todo espíritu superior, fortalecido por la fe, puede recibir del Espíritu Santo la encomienda de auxiliar a los seres, cuya luz empieza a languidecer, con motivo de la tristeza o la necesidad no satisfecha de sentirse amados.

Los ángeles en la tierra, suelen reforzar la energía vital, que causa las debilidades en los seres, y complementan, si es necesario, los faltantes a la integración del todo en los desvalidos, de tal forma, que su trabajo puede iniciar tempranamente en forma intangible sobre la naturaleza humana, cuando aún no se ha adquirido la lucidez de conciencia, por falta de experiencias, o por falta de un guía; o en forma tardía, cuando el daño a la integridad, fragmenta la voluntad y distorsiona los elementos que conformarán la personalidad del ser; mi ángel de la guarda llegó en ésta etapa, fungió primero como tutor, posteriormente de manera paternal me dio seguridad en mí mismo, y finalmente, habiendo madurado mi espíritu, se hermanó.                 “Entre tanto un nuevo mandamiento os doy, y que es: Que os améis unos a otros; y que del modo que yo os he amado a vosotros, así también os améis recíprocamente” (Jn 13:34).  Gracias a este proceso angelical, logré establecer conciencia sobre la dualidad de la naturaleza que me conforma y que fundamenta la verdad teológica, del hecho, de que lo que es de Dios regresa a él en forma espiritual para integrarse a la eternidad. “Y, en suma, antes de que el polvo se vuelva a la tierra de donde salió, y el espíritu vuele a Dios, que le dio el ser” (Eclesiastés 12:7)

Hoy le deseo a mi amigo, mi hermano en Cristo, Antonio Ángel, una estancia de paz, de armonía y de amor, así como debe de ser la eternidad al lado de Dios.

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