Después de un continuo reclamo a la vida por no haber podido cristalizar sus planes sobre el estatus ideal de familia, la joven mujer, llorando, me narraba de nuevo su difícil peregrinar existencial, como en otras muchas ocasiones, me limité a escucharla, pues bien sabía que más que buscar respuestas, sólo quería desahogar su pena, más, como médico, no podía desdeñar el efecto nocivo, que en su salud, le estaba dejando en su cuerpo y en su mente, y fue así como aparecía un síntoma que reflejaba el tremendo y crónico estrés que padecía, en esos momentos era cuando yo aprovechaba para recomendarle, acudiera al departamento de salud mental, pues era más que evidente, cómo su desequilibrio emocional ya había impactado su estado anímico, fluctuando entre la ansiedad y la depresión, y otras veces, se podía apreciar la presencia de ambos, lo que la desesperaba tanto, al grado de dejar todo y huir del entorno y las personas que le condicionaban tal estado.

En una ocasión llego a mi consulta mostrando un estado de relajación, le pregunté si había acudido con algún especialista en salud mental y si ya estaba tomado algún medicamento para controlar síntomas, me comentó que había acudido ya a varios seminarios para orientarla a tomar de nuevo el control de su vida, pero que, cuando parecía que lo estaba logrando, al menor contacto con lo que ella llamaba abuso, regresaba primero la ansiedad y posteriormente la depresión; por otro lado, ya padecía de migrañas e hipertensión arterial, aumento de peso, gastritis, colitis y en ocasiones reflujo, también comentó que tenía fatiga y en experimentaba un exantema de aparición espontánea  en la piel de su cara, para ello, había consultado a un dermatólogo, un gastroenterólogo y un endocrinólogo, concluyendo todos que mucho tenía que ver su estado emocional, pues a pesar de los tratamientos medicamentosos y mejoría, regresaba nuevamente el síndrome señalado, cuando se agudizaba el estrés. Le pregunté si ya había asistido al departamento de Salud Mental, pero ella siempre eludía la respuesta, y en ocasiones me respondía, que ella sabía perfectamente que su cura dependía del comportamiento de su pareja y de sus hijos, pero ellos no ponían nada de su parte para allegarse la tan anhelada salud.

Siempre que regresaba a casa después del trabajo, mi esposa notaba en mí un rictus de pesadumbre, y me preguntaba: ¿Te ocurre algo? ¿Tuviste un mal día? Indistintamente le respondía: Nada mujer, nada, no me hagas caso, un poco de fatiga y nada más; después me servía la comida, platicábamos de nuestros hijos y sin desearlo, salía el motivo de mi preocupación, entonces le decía: Ojalá ninguno de nuestros hijos haya perdido el poder de la voluntad. Ella me contestaba: ¿Y eso, por qué?  Porque quien conserva íntegro el poder de la voluntad, puede aceptar o rechazar todo aquello que daña su salud física y mental. Después de decir lo anterior. ella se retiraba a lavar los platos y yo me quedaba pensando en lo frágil que es el ser humano y en el hecho de cómo nos hace falta utilizar nuestra capacidad de autoconciencia, para poder elegir libremente lo que nos conviene, sólo así podemos mantener el equilibrio emocional que nos mantiene en armonía con el entorno y con nuestros semejantes para encontrar la paz que tanto anhelamos.

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