En ocasiones comento a familiares y amigos, a estudiantes y pasantes de medicina, que cuando por fin pude radicar mi adscripción a nuestra amada ciudad Victoria, después de haber estado prestando mis servicios como médico en uno de los Centros Comunitarios de Salud en ciudad Mante, por 6 años, me encontré con el hecho de que en mi nuevo Centro de Salud no fui bien recibido por el director de la unidad, de un buen día del año 1986, su argumento fue de que ya tenía completo el número de médicos, de ahí que me puso a disposición del jefe de la Jurisdicción, quien de mejor carácter me pidió tiempo para poder asignarme mis funciones, mismas, que recayeron como auxiliar del responsable de enseñanza de la misma, quien, al ponerme a sus órdenes, me comentó que poco se podía hacer por el departamento  en mención, pues había muy pocos interesados en asistir a las conferencias y cursos que programaba, de ahí que me concedió plena libertad para diseñar alguna estrategia para mejorar la situación. Me puse a trabajar en ello, y  diseñé una herramienta para hacer un diagnóstico de la situación, la que le mostré al Jefe de la Jurisdicción para considerar su visto bueno; le pareció una buena iniciativa, pero me advirtió que no había recursos para adquirir materiales o contratar otro tipo de servicios; le comenté que me bastaba con su aprobación y  apliqué la encuesta a todo el personal de todas las categorías de servicio, después le mostré los resultados, y priorizamos las cuestiones  que impedían que obtuviera buenos resultados el departamento, quedando en primer lugar, la necesidad de efectuar un programa de desarrollo humano, mismo que fue implementado por dos de los más grandes maestros que he conocido, especializados en pedagogía y psicología, con ello se logró abatir la apatía, se generó un nuevo concepto motivacional para impulsar el interés de cada  trabajador por la superación personal  e institucional. Tiempo después fui removido de aquel maravilloso encargo, y pasé a realizar otras tantas funciones,  hasta que logré, por fin, que se me asignara un consultorio en el Centro de Salud Urbano Lomas del Santuario, donde  experimenté nuevas y enriquecedoras experiencias que me llevaron a madurar profesionalmente y espiritualmente; esto último, por cierto, no era bien visto por las autoridades de aquel tiempo, pues el único fin que concebían, era el dedicarle el cien por ciento a nuestra función, para sanar el cuerpo, dejando a un lado la salud mental, emocional y espiritual de las personas.

Con respeto y apego a la normatividad, cumplí con todas las tareas asignadas, más siempre supe y sentía la necesidad de promover la importancia de la Salud Mental y Espiritual en la tan deseada integralidad, que se buscaba para cubrir todos los aspectos del concepto de Salud- Enfermedad, idealizado por la OMS.

Tratando de no dejar morir los aspectos motivacionales para el desarrollo humano, promoví acciones para mantener el interés en los valores positivos que deben de prevalecer en toda institución de salud, de ahí que dediquétiempo dinero y esfuerzo para ello, hasta la fecha.

Lo anterior viene a colación por el hecho de que, en la reciente celebración del Día del Médico, recordé, que, en una ocasión, obsequié a mis compañeros de trabajo un separador de libros, donde imprimí mi sentir sobre todo lo anterior narrado. y a continuación comparto con mis amados lectores:

Médico de cuerpo y alma

Cuando la luz llegó a mí, comprendí que mi vocación era la de aliviar el dolor humano, para ello me preparé, y un buen día, pasé de la teoría a la práctica, creí entonces, que sabía lo necesario para hacerle frente a la enfermedad, pero en mi prisa por sanar a las personas, olvidé que mi misión era tratar a los enfermos y no sólo a sus dolencias físicas, esto lo comprendí al descubrir la existencia de un dolor aún más intenso, me refiero al dolor del alma.

Nuestra profesión se nutre, no sólo de conceptos académicos, es la fe y una continua renovación de nuestra ética, un alimento indispensable para entregarnos íntegramente a nuestro oficio.

Festejemos el don que Dios nos obsequió, al depositar en nuestras manos, la responsabilidad de velar por la salud del cuerpo y del alma de nuestro prójimo.

Feliz día del médico.

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