Una hermosa noche, veíamos el cielo, mi nieto Emiliano y yo, mientras que yo, sólo veía, mi nieto, con una tierna mirada, buscaba; no quería interrumpir su búsqueda, de hecho, sólo lo veía de reojo, después de unos minutos, él me preguntó: ¿Abuelo, lograste un día encontrar aquello que parece perderse en la inmensidad del firmamento? De inmediato intuí que Emiliano se encontraba nostálgico, triste, diría yo, pero trataba de disimular su estado de ánimo; permanecí callado, pues deseaba que se expresara más abiertamente conmigo, que fuera más explícito, y me dijera lo que buscaba; pasaron un par de minutos, mientras yo cerraba lentamente mis ojos para mirar mi interior, pero no llegué tan profundo, porque mi nieto volvió a preguntar: ¿Abuelo, dime si algún día lograste encontrar el origen del motivo que te hace sentir que algo se te perdió en el camino? De estar acostado sobre aquella loza fría de cemento del techo de nuestra casa, pasé a sentarme, tal vez, con la intensión de verme fuerte, o de estar más cerca del cielo, porque lo que tenía que decirle requería de verme integro, de verme completo, porque resulta, que en el camino, yo, como Emiliano, había perdido algo que busqué por mucho tiempo; traté entonces de disimular un par de lágrimas que descendían rápidamente para llegar a mis labios, tal vez para mojarlos y facilitar la salida de aquellas palabras, que de ser tan sencillas y livianas, suelen perderse en el espacio que existe ente la boca de quien las dice y los oídos de quién las escucha. Con voz suave, como una caricia que lleva el consuelo, le respondí: Sí, Emiliano, tardéun poco o todo el tiempo que necesité para darme cuenta que no se puede perder, lo que Dios te ha obsequiado, porque cuando uno se siente perdido en la inmensidad del universo, entre tantas estrellas que reflejan una luz que se cree es propia, resulta que proviene de Aquel quien lo ilumina todo, tu oscuridad es pasajera y más si dejas entra la luz a tu corazón; nuestros padres son como esas estrellas que buscan desesperadamente brillar en el cielo, con la intensión de iluminar con la misma intensidad a quienes habrán de ocupar su lugar en el firmamento. No te sueltes de la mano de quien te ama, pues el origen de tu luz en la tierra, lucha también por seguir su camino, tratando de que aquella sensación de vacío, se llene con el amor de los hijos.

Abuelo, dijo Emiliano, que bien se está aquí, mi cielo empieza a despejarse y mi luz me permitirá ver y cuidar de que nada se pierda en el camino.

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