Si tuviera que escoger entre lo bueno y lo malo, primero me preguntaría, que si siendo totalmente bueno, podría identificar en mi propio ser, lo malo, que me lleva en ocasiones a entrar en conflicto conmigo mismo; y después, abriría grandemente los ojos, respiraría profundamente y le daría gracias a Dios por la vida, sin ningún reproche.
Si tuviera que escoger entre amar y odiar, primero me preguntaría si el odio no es producto de mi falta de amor por los demás, o si simplemente es la incapacidad de mi ser, para comprender, que así como hay diferentes colores, sabores, olores y texturas, hay diferentes estados de ánimo, que se generan cuando a tu vida llegan situaciones que crees no merecer, porque son tan difíciles de entender, que de alguna forma buscan una salida de tu cuerpo material, para proteger con ello tu espíritu inmortal.
Si tuviera que escoger entre sentirme bien o sentirme mal, primero tendría que comprender, que el aceptar todo aquello que percibo como tóxico, es la causa de mi mal estar continuo y la que me va hacer renegar, y que no tiene nada que ver con lo que me sucede, sino que es la causa de mi propio amor por la vida de calidad.
Si tuviera que escoger entre ser libre o tener que pagar una condena, primero tendría que preguntarme el por qué he de pagar algo que yo no debo, sólo para demostrar mi inconformidad con aquello que no ha sido como lo he deseado.
Si tuviera que escoger entre conformarme o revelarme contra aquello que sigue corrompiendo todo lo bueno que el ser humano heredó de la divinidad, seguramente escogería ser un incansable guerrero, que combatiera aquello que nos hace diferentes y enemigos, cuando la realidad es que somos hermanos y hemos sido bendecidos con el amor de un mismo Padre.
Si algo tenemos que cambiar es a nosotros mismos, y a la realidad que concebimos, por dejarnos consentir como seres discapacitados e imposibilitados para poder generar las condiciones de vida, que nos hagan recuperar la dignidad y el buen sentido de humildad, con que fuimos creados desde el origen del hombre en la tierra.
Si tuviera que escoger entre sonreír o tener ese acartonado rictus de infelicidad que adquirimos después de nacer, porque toda la alegría, se convierte en un tormentoso destino, de sólo vivir, reproducirse y morir; escogería reír siempre, aunque la adversidad creada por otros seres más infelices que yo, fuera la pauta a seguir por costumbre, por moda o para aceptar que somos producto de la casualidad e infortunio que nos impone, el tener que depender de los que ostentan un poder que le otorgamos, ya sea por ignorancia o por miedo.
Si tuviera que escoger entre vivir o morir, escogería sin duda la vida, porque la vida es el don más grande que Dios nos ha obsequiado para ser felices y preparar a nuestro espíritu para la eternidad prometida.
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