Cuando mi nieto Emiliano llegó a la etapa de la adolescencia, empezó a sentir que nada le agradaba, buscaba desesperadamente respuestas a sus dudas, pero no se conformaba con las respuestas que le daban, buscó la respuesta en los que considera sus verdaderos amigos, pero encontró que ellos también tenían muchas dudas sobre lo que estaba ocurriendoen sus vidas y trataban de paliar su sentimiento de insatisfacción distrayéndose con juegos de computadora o planeando fiestas, pero el alivio a sus preocupaciones sólo era temporal y regresaban al mismo punto, sintiéndose amenazado por la depresión; así fue como un día y aun pensando que yo le inspiraba confianza, se acercó para preguntarme qué era la felicidad, al voltear a verlo, vi en su tierna y triste mirada, la evidente desesperación de los que nos preguntamos alguna vez: ¿Quién soy yo? ¿Cuál es mi misión en esta vida? Entonces le dije: La felicidad, es la grata sensación que te da el sentirte amado, son las incontables oportunidades que tenemos para comprender el por qué y el para qué de todo cuanto existe en el entorno; la felicidad no es algo que tengamos que buscar fuera de nosotros, la felicidad somos nosotros cuando logramos entender que todo lo que concebimos como bueno se genera en nuestro interior y tenemos la gracia de compartir,para allegarles a los demás ese sentimiento de satisfacción que emerge de nuestro corazón como un mandato de Dios. Emiliano levantó su cabeza y dirigió su mirada hacia mí con la finalidad de buscar una verdad, entonces replicó: No sé si entendí bien, pero tratas de decirme que la felicidad depende de uno mismo. Tú lo has dicho y lo has dicho bien, le contesté, todo aquello que trata de llamar la atención para distorsionar nuestra verdadera misión en la tierra, proviene de esa inexplicable idea de que nosotros merecemos algo más de lo que ya poseemos; cuando Dios le dijo a nuestro padres Adán y Eva, que no comieran del fruto del bien y del mal, se refería, a que no era necesario allegarse un poder que sería el punto de partida de una serie de calamidades que se generarían por ambicionar tener sólo cosas materiales, de poseer aquello que no era nuestro, de envidiar el éxito de los demás, el querer estar por encima de nuestro hermano; el luchar por atesorar bienes que acentúan nuestro evidente egoísmo, en sí, aquello que por no ser parte de la herencia de Dios, hemos ido aceptando como parte de la naturaleza humana y nos aleja de nuestra naturaleza divina. La felicidad, no tiene nada que ver con ser conformista o mediocre, porque el que se conforma con disfrutar de lo que por naturaleza tiene será siempre feliz, puedes aspirar a tener más cosas materiales, pero pronto verás cómo esa aparente abundancia sólo te acarrea dificultades.
Entonces la felicidad es tener pleno conocimiento de que en tu mente no deben de tener cabida pensamientos que te hagan sentir inferior o diferente a los demás, o en desventaja, el sentir incluso, que tus atributos físicos te hacen menos ante los ojos de una sociedad que busca refugiarse en las simulaciones de que la belleza, o la posición social privilegiada es la meta para perpetuar la felicidad. Tú puedes ser feliz al mirar el esplendor del sol, al sorprenderte de las maravillas de la naturaleza, al saberte sano, al poder desplazarte a donde gustes, al poder hablar con de lo que te agrada con los demás, al poder expresar saludablemente lo que sientes cuando tu propia naturaleza te acerca a aquello que te agrada. Recuerda aquella cita de Jesús: “No queráis amontonar tesoros para vosotros en la tierra, donde el orín y la polilla los consumen, y donde los ladrones los desentierran y roban. Atesorad más bien para vosotros tesoros en el cielo, donde no hay ni orín ni polilla que los consuman, ni tampoco ladrones que los desentierren y roben. Porque donde está tu tesoro, allí está también el corazón.” (Mt 6:19-21).
Antes de terminar nuestra charla, le dije a Emiliano: Seguramente estarás pensando que yo no soy tú y que mi tiempo no es el mismo que el tuyo, pero en verdad te digo, que no busques respuestas fuera de ti, porque el espíritu que se te ha dado, es de aquél que te dirá, como les dijo a nuestros antepasados,cuando querían anunciar la procedencia de los mandatos: Yo soy el que soy.
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