El 9 de julio del 2017, así como estamos sintiendohoy el abrazador efecto del calor sobre nuestra humanidad, sentía los efectos de la ola de acontecimientos globales que afectaban también a nuestro país y que acentuaban ese sentimiento de minusvalía ante las múltiples variables de la macroeconomía, de la política, de los efectos del cambio climático y la fragmentación social, debido a la falta de oportunidades, de equidad y justicia, en cuestiones de género; situación que empeoró posteriormente, debido a la aparición de la pandemia de Covid-19. Comentaba en un artículo de la fecha citada lo siguiente: Haciendo un recuento de los sucesos de la semana pasada que impactaron mi ánimo, llegué a la conclusión, de que si bien es cierto, me preocupa la viabilidad del planeta, debido a la fragilidad de la paz con motivo de la inestabilidad emocional de los presidentes de las grandes y medianas potencias, me sigue afectando sobremanera, las tormentas emocionales que ocurren en mi pequeño mundo. Como decía elnunca olvidado y bien intencionado Luis Donaldo Colosio: “Yo veo un México con hambre y con sed de justicia, de gente agraviada” en nuestro amado país sigue vigente esa sentencia, que se da en grande y pequeña escala, pero, donde los actores de esa nociva consecuencia, siguen multiplicándose, y en mayor o menor medida, esa hambre, sed de justicia y los agravios, ya no sólo son consecuencia de un mal gobierno, o del incumplimiento de los principios que originaron la conformación de un partido político, o de la voracidad de algunos empresarios sin escrúpulos; la responsabilidad de la mayor parte de nuestras calamidades sociales, políticas y económicas, recae en cada uno de nosotros, los ciudadanos. Seguramente por necesidad, hemos llegado a renegar de los valores positivos que nos daban estabilidad emocional, paz y esperanza, para  adecuarnos a vivir en un ambiente torcido, violento, alejado de la buena voluntad, de la honestidad, de la confianza, de la calidad y la eficiencia en todos los procesos, que contribuyen al desarrollo que garantizan el bienestar social.

Si deseamos que las cosas cambien para bien, tenemos que hacer el bien, iniciando por nuestra familia, privilegiando nuevamente los valores que nos distinguían como buenos hijos, buenos padres, buenos abuelos, valores que nos hacían sentir orgullosos de ser buenos estudiantes, buenos profesionistas o profesionales, siempre respetados por nuestra comunidad y respaldados por la honestidad y palabra empeñada para el bienestar dela comunidad.

Nunca es tarde para resucitar a la nueva vida, empecemos por amarnos a nosotros mismos para poder dar amor a los demás, recuperemos nuestra dignidad como padres, como hijos, como educadores de una sociedad que necesita de todos para salir adelante y vivir a plenitud la vida como Dios manda ( Hasta aquí la narrativa del citado artículo).

El estado actual de las condiciones globales que hace 5 años dibujaban la crítica situación de nuestro planeta, no han variado, por el contrario, se percibe un deterioro continuo y hasta ahora imparable, donde las autoridades de los países con mayores recursos, buscan soluciones emergentes para tratar de frenar el avance negativo de la viabilidad en la Tierra, incluso, de ahí surge la hipótesis sobre la creación  de  entornos  naturales con efectos nocivos, para disminuir la población de una manera no ajena al conocimiento básico de las poblaciones, con suficiente respaldo científico como para no culpar a determinado grupo y con soluciones temporales para mantener la estabilidad social. ¿Ficción o realidad?

Ayer como hoy, sigue siendo válida y oportuna la propuesta de reinventarnos como seres humanos, que nos regrese a ser conscientes y responsables de nuestros actos, donde privilegiemos los valores positivos y nuestra inteligencia sea dirigida  a logros de bienestar común, para que el esfuerzo que se requiere, para prolongar la vida en el planeta y la viabilidad de nuestra especie, tenga un efecto positivo y frene las estrategias desesperadas que le apuestan a controlar el factor causal de nuestras calamidades, donde el ser humano aparece en primer lugar en la lista.

Todo lo que Dios creó es bueno, él es el único que sabe cómo y cuándo finiquitará la vida en la Tierra, y no olvidemos que él ha creado mecanismos naturales, para  mantener la estabilidad, sin causar una extinción de lo que se considera la mejor de sus obras.

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