Que si tengo ganas, ¡Claro y muchas! Y no soy el único, la mayoría de las personas lo desean, pero muy pocos hacen algo para lograrlo, tu sabes a qué me refiero, mi estimado lector, sin necesidad de decirlo, pero lo voy a decir, para aquellos que habiéndolo leído no lo han entendido, o para aquellos que ni siquiera se dan tiempo para escucharlo, alguien se los tendrá que decir, y cuando lo escuchen o lo lean dirán: Bueno, pero eso es algo muy obvio y por serlo, nadie lo toma en cuenta, pero basta de tomar atajos, cuando el camino es recto y seguro si nos decidimos a poner todo de nuestra parte para llegar pronto y obtener lo que tanto deseamos, me refiero a la paz interior que tanta falta nos ha hecho siempre, a la paz a la que suele renunciarse cuando permitimos que las situaciones negativas en nuestra vida se vuelvan un común denominador. Sí, ya sé lo que dirán muchos de ustedes, que mientras existan los problemas jamás se podrá tener paz, pero acaso no se dan cuenta que todas aquellas situaciones que nos incomodan, que nos preocupan y que nos hacen tomar malas decisiones, las creamos nosotros mismos, porque resulta que, desde que dejamos de darle el verdadero valor a la vida, el primer mensaje que compartimos con los demás es aquel con el que muchos nos levantamos por las mañanas y antes de dar gracias a Dios, es totalmente negativo, porque nos quejamos de lo mal que dormimos, de los dolores que aparecen por estar acostados en una sola posición, por el mal diseño de las almohadas o por la rigidez o lo muy blando de los colchones, por el calor o el frío de la habitación, en fin por todo lo que ya habrán experimentado, que cierto o no, temporal o crónico, empezaron a aparecer en nuestra existencia cuando dejamos de amarnos a nosotros mismos y dejamos de amar a nuestro prójimo como el Señor nos ha mandado. Difícil creer estas palabras proviniendo de un médico, cuya formación profesional lo prepara para tener conocimiento de muchos males a los que se les puede achacar el infortunio de nuestra vida, pero que con el tiempo ha empezado a asimilar que la mayoría de nuestros males radica en nuestro desequilibrio emocional, de ahí el mal funcionamiento de todos nuestros aparatos y sistemas. La falta de un buen control emocional ha permitido que seamos más vulnerables a las enfermedades; este concepto que no es nuevo, pero que sí ha sido minimizado por los que se ostentan como grandes de la medicina, es el causante de muchas de las crisis de salud que ha experimentado el mundo. Muchas de las personas que están afectadas emocionalmente, dirigen el potencial natural que origina el bienestar que poseen, no para reparar las fallas personales que lo desestabilizaron, sino para crear otras vías que conllevan en ello el dañar a todo aquél o aquello que consideran es el motivo de su infelicidad, creando un ambiente que genera energía negativa que a nadie beneficia.

¿Por qué ha de ser más grande nuestro anhelo de buscar culpables y cobrar venganza, que el de sanar y mantener nuestro equilibrio emocional, para seguir evitando el daño que eso nos crea a nosotros mismos?

“En esa sazón, arrimándosele Pedro, le dijo: Señor, ¿cuántas veces deberé perdonar a mi hermano cuando pecare contra mí?, ¿hasta siete veces? Respondióle Jesús: No te digo yo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete, o cuantas te ofendiere” (Mt 18:21-22)

Quien no se puede amar a sí mismo, no puede amar a su prójimo, quien no ama a su prójimo no ama a Dios. El amor es el elemento fundamental para mantener nuestro equilibrio emocional, si no hay amor o si este es desplazado por el rencor, se pierde el equilibrio y el control de todos nuestros aparatos y sistemas, se pierde la salud, se pierde la paz y la felicidad del disfrute de ser hijos de Dios.

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