En esta cercanía tan distante, en ese hablar sin escuchar, en ese estar pensando en lo menos para tratar de minimizar lo más, me pregunto: ¿Por qué te distraes tanto, conciencia? Acaso te estas acostumbrando a la superficialidad de los quehaceres y de los deberes, privilegiando el “ahí se va” o el “hágale como quiera”, el “me da igual”, el “qué otra cosa podría pasarnos ya”, si es así, permíteme decirte por si quieres escucharme, que las cosas no tienen que ser así, que es necesario sacudas el polvo de tu cuerpo y te pongas a pensar, a trabajar y te dispongas a vivir; el árbol de la vida ha dejado de desprender sus hojas, algunas secas, otras con poca vida, y los nuevos brotes empiezan a crecer, anunciando el retorno a la normalidad, pero ahora, con la diferencia de ser más sabios y poner en práctica la lección aprendida.

En esta cercanía tan distante, aún falta construir los nuevos puentes para que se acorte la distancia y poder sentir la calidez de una caricia, de un buen apretón de manos, de un fraternal abrazo que nos dé la bienvenida a la nueva modalidad.

El agua del arroyo de la vida habrá de aclararse, la sanidad correrá por tus venas, el buen ánimo desbordará, nos podremos ver a la cara, pero nos quedará el recuerdo del espejo de los ojos que reflejaba ansiedad y tristeza.

La querida patria resurgirá en busca del bienestar anhelado, haciendo valer por derecho la libertad perdida, la lluvia bendita vitalizará la tierra, para que la nueva semilla fertilice y abunde el fruto como señal de riqueza.

Dile pues, adiós a la tristeza, al miedo, démosle paso a la armonía y a la paz, y que desaparezca de los corazones lo que ya se estaba arraigando como costumbre, el ver a nuestros hermanos con desconfianza por la división generada por la incertidumbre.

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