Si fuéramos transparentes, todos podríamos saber lo que hay en nuestro interior, pero lo que sabemos de cada uno de nosotros es sólo lo que es evidente, lo que dejamos o permitimos ver a los demás; como personas de buena fe, siempre debemos suponer, que de origen, los seres humanos somos buenos, pero buenos dentro de los estándares estimados por la sociedad y ajustados a la evolución de nuestra especie; porque para ser realmente buenos tendríamos que aprender a serlo teniendo como único modelo a Jesús, pero ya lo dijo él, son muchos los llamados y pocos los escogidos, pues nos resistimos a renunciar a nuestro egoísmo, nos resistimos a amar a nuestro prójimo, incluso, a amarnos a nosotros mismos, para poder ver en nuestro prójimo a nuestro hermano y no a nuestro enemigo o a nuestros competidores, o a una amenaza potencial para lograr nuestros propósitos en la vida. Nos resistimos, pues, a escuchar al Espíritu Santo para normar nuestra vida por el camino de bien, del amor, de la equidad, la justicia y la paz entre los hombres.
Si fuéramos transparentes, pudiéramos comprobar en las acciones el verdadero sentido y dirección de nuestros propósitos, evitando con ello la toxicidad que generamos en nuestro entorno, la propagación de los sentimientos mezquinos, y la división que nos enfrenta.
Si fuéramos transparentes, podríamos ver la verdadera riqueza en nuestro interior, aquella por la cual Jesús, como Cordero en la Pascua fue inmolado, para salvarnos de nosotros mismos.
Para que se preserve el espíritu dejemos atrás odios y resentimientos, dejemos de buscar lo que ya tenemos y pidámosle a Jesús que pida a Dios Padre nos regale una nueva vida, porque para poder cambiar de verdad, necesitamos nacer de nuevo.
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