Mi abuelo materno, Don Virgilio Caballero Marroquín, era comerciante, y mi madre heredó el oficio, sin duda lo llevaba en sangre; entre otras cosas, comerciaba artículos para el hogar, oficina, escuelas.
Recuerdo que una temporada, adquirió un lote de cuadros con pinturas de paisajes hermosos, como algunos no se vendieron, ella trasladó dos de ellos a nuestro hogar, y cuando mi compadre, Antonio y yo, estudiábamos nuestras respectivas carreras profesionales en Tampico, solíamos pasar algunos fines de semana, en nuestra muy querida ciudad Victoria; mi madre nos recibía en su casa con tortillas de harina recién hechas, frijoles cocidos en jarro o un delicioso guiso, con la finalidad de prepararnos unas flautas, y después de cenar opíparamente, pasábamos a la sala a platicar, donde se encontraba colgado en una de las paredes un cuadro de los cuadros en mención, cuyo paisaje exhibía a una niña que se encontraba caminando a corta distancia de una casa, situada muy cerca a lo que parecía un caudaloso río; Toño solía pasar algunos minutos observando la pintura, y antes de marcharse, siempre le decía a mi madre: -Señora, me gusta mucho venir con Salomón a su casa y disfrutar de su deliciosa comida, pero, he de reconocer, que siempre me voy angustiado, porque me preocupa la suerte de la niña; mi madre con gesto de preocupación, pues tenía cinco hijas, le decía: -¿Cuál de mis niñas tiene problemas?
Entonces Toño sonreía y señalando con su dedo el paisaje del cuadro, comentaba: -Esa, la que trata de pasar al otro lado del río, ¿Cuánto tiempo llevará esa pobre niña en el mismo lugar, tratando de pasar ese caudaloso río? Entonces mamá festejaba riéndose la ocurrencia de mi compadre. Como siempre hacía la misma broma, le pedí a Toño que dejara de hacerla, porque se estaba convirtiendo en una obsesión y él me prometió no comentar más el asunto. Pasado el tiempo, en una ocasión, se celebraba en casa de mi madre el cumpleaños de uno de mis hermanos, la fiesta se prolongó por horas y al final sólo quedamos Toño, el festejado y yo, como ya era tarde, tenía mucho sueño y me disculpé con ellos para irme a dormir, y ellos se quedaron platicando.
Al día siguiente, me levanté tarde por razones obvias, cuando estaba lavándome la cara, mi madre que se encontraba en la sala me pidió la acompañara, al llegar junto a ella, me preguntó si yo había descolgado el cuadro del sitio en que se encontraba, mi respuesta fue negativa, me pidió que lo pusiera en su lugar y ya una vez instalado, me dijo que lo observara con detenimiento, como todavía estaba con somnolencia, no me percaté de que hubiera un cambio, hasta que mi madre, pasando su brazo izquierdo sobre mi espalda, me llevó hasta el cuadro, y cuál fue mi sorpresa, que muy tenuemente estaba dibujado un puente sobre el río, no hubo necesidad de investigar quién había realizado dicha adecuación.
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