Lunes de reflexión
Y por fin llegó el día en el que amor venció al miedo. Mi esposa cada día comía menos, la fatiga más frecuente, los deseos de estar acostada se iban acrecentando, el humor se desvanecía, ya no le bastaban las videoconferencias, las llamadas telefónicas, los mensajes con los hijos, con los nietos, y yo poco a poco me iba convirtiendo en un objeto más de la casa para ella.

Frecuentemente y con mucha discreción le hacía ver que estaba padeciendo de depresión, pero ella no me creía y me entristecía el hecho de ya no representar aquella fuente de energía que le daba sentido a su vida, y aunque no me resignaba a ello, estaba consciente de que tanto tiempo de estar siempre juntos, las rutinas terminan por volver monótonos, incluso, nuestros momentos especiales; necesitábamos urgentemente un incentivo que nos despertara de ese letargo indeseable que aparece cuando se está en un prolongado cautiverio, que aunque muchos aseguran no se puede comparar con el que afecta seriamente a las personas cuando purgan una larga condena en las cárceles, o cuando se está en algún campo de refugiados tratando de sobrevivir a una infame guerra sin sentido; no, tal vez no se deba ni comparar con este tipo de reclusiones, pero resulta que el ser humano, no sólo se duele en lo físico, también se ve afectado en lo mental y en lo espiritual, habrá personas que tengan mucha resistencia, otras serán tan sensibles como aquellas plantas que de no recibir la luz del sol o el agua diariamente se irán marchitando irremediablemente; así es la fragilidad por la cual atravesamos muchas familias con motivo de la prolongada cuarentena motivada por la pandemia; pero, como comenté al inicio del presente artículo: Por fin llegó el día en el que el amor venció al miedo. Después de estarle pidiendo fervorosamente a Dios que nos ayudara a terminar con la pandemia, un buen día el buen Señor me dijo: No es con la pandemia con la que demos terminar, sino con el miedo que se ha generado por su presencia y con la falta de fe, que ha quedado en evidencia, sobre todo cuando afirmaban creer en mí y se soltaron de mi mano. Y así fué que de manera inexplicable, mi nieto mayor empezó a insistir de una manera sobresaliente que quería pasar un tiempo a nuestro lado, y cuando yo le preguntaba por qué, él no sabía realmente el motivo y confesaba: Porque así lo quiero. He de reconocer, que el que mayor resistencia ponía para que lograra su propósito fui yo, porque aunque su abuela no lo mencionara, yo veía en sus ojos una luz de esperanza que mantenía encendida la lánguida flama de su vitalidad; y ese glorioso día en que me decidí a que Sebastián pisara de nuevo nuestra casa, a un año de distancia de la última vez, la vida, la maravillosa vida regresó al cuerpo de mi amada; y por qué no aceptarlo, me devolvió a mí la confianza y esa bendita sensación de llenar aquel vacío que se estaba haciendo en mi alma.

Señor, yo sé que todo esto es obra tuya, lo sé porque tu presencia en mi vida es cada vez más constante, sólo te pido perdones mi flaqueza, mis debilidades, y veas que aunque parezca que mi fe se tabalea, ésta está más firme que nunca.

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