Mi esposa y yo decidimos hacer un viaje corto, ahora sí solos, desde luego, que al acercarse la fecha de salida, ella presentó un leve ataque de ansiedad, y empezó a titubear, le pregunté a que se debía y contestó que se sentía mal por dejar de atender el compromiso que tiene con nuestras hijas, de apoyarlas en el cuidado de los nietos.

Si algo no quería yo, era que ella se estresara más, por eso le comenté, que no tenía inconveniente si prefería no viajar; hicimos una pausa de 2 días, y yo  me hice a la idea, de que no íbamos a ir, pero un día antes de la fecha que teníamos previsto salir, por la noche, me dio la sorpresa de que siempre sí, porque sentía la necesidad de descansar un poco, acepté con agrado, porque sabía que ella en realidad lo necesitaba.

Fue un viaje muy agradable, aunque de salida no faltaron algunos inconvenientes, el mismo estrés empezó a querer sabotearnos, nos  apareció una colitis, después una gastritis, y amenazó darnos una gastroenteritis, pero ambos nos mantuvimos firmes en nuestro amable propósito de viajar juntos después de 12 años de no hacerlo.

Cuando llegamos a nuestra primera parada de descanso, el sol mantenía una temperatura de casi 42 º C. Nos dispusimos a descansar en una banca de una  hermosa plaza, pero a pesar de la sombra, empezamos a sudar; al poco rato, a María Elena se le ocurrió la idea de tomarnos una foto, desde luego acepté, quería que ella tuviera gratos recuerdos de nuestro viaje, pero, por más que pusiéramos una cara alegre, la deshidratación no nos lo permitió, salimos como si fuéramos dos aventureros perdidos en el desierto; por lo que mejor nos dispusimos a buscar un restaurante para comer, y gracias a Dios el que elegimos tenía aire acondicionado, así es que nos refrescamos, y ya cuando la temperatura de nuestro cuerpo bajó a 37º C. y pudimos articular palabra pedimos la carta; ninguno de los dos nos atrevimos a pedir un platillo fuerte, ella pidió una ensalada y yo una milanesa de pollo, cuando nos sirvieron nos sorprendimos al ver que la ensalada también tenía una aspecto deshidratado y mi pollo parecía haber sufrido un Golpe de calor; no quisimos reclamar al propietario la condición de los platillos, así es que comimos lo que pudimos con cierta desconfianza, y decidimos salir de ahí rumbo a nuestro destino final, pero, al encender el auto, noté que en el tablero empezó a prender una alerta sobre problemas con el aceite, me dirigí a la gasolinera más cercana y efectivamente el auto estuvo a punto de desvielarse, de nuevo, sorprendido de que estuviera pasando eso, pues en marzo del presente se le había dado el mantenimiento y en abril lo había llevado a la agencia ante la presencia de una pequeña mancha de aceite y los expertos me dijeron que mi auto estaba en perfectas condiciones.

Cuando llegamos a nuestro destino, la deshidratación era evidente, así es que  tomamos  abundantes líquidos, nos dimos una regaderzo y  nos tendimos sobre la fresca cama del hotel quedándonos dormidos;  al despertar  la noche  había caído y con ello la hora de cenar, salimos a buscar un restaurant y sólo encontramos un puesto de  gorditas, con miedo y todo nos comimos un par de ellas y nos regresamos al hotel; para entonces,  seguíamos con fatiga y terminamos durmiendo hasta el día siguiente, despertamos y nos dimos ánimo, pensamos: “el estrés nos está jugando una mala pasada” así es que nos propusimos a ser optimistas y salimos a disfrutar el día.

Como habíamos avisado a nuestra familia los acontecimientos, a ellos les preocupaba la falla del auto, por lo que al final del segundo  día, y faltando solo 14 horas para nuestro regreso a casa, nos preguntaron: _¿ Y cómo la están pasando? María Elena les respondió: _Tu padre esta como el auto, tiene una fuga de aceite y  por poco se me desviela, pero ya tengo todo controlado, preparen a los nietos porque ambos vamos llenos de energía.

 

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