¿Por qué las lágrimas? Realmente… no lo sé, tal vez esté llorando por mi Yo Niño, aquél que se quedó siempre con los deseos de disfrutar a su padre, de conocerlo más, de compartir con él las victorias y las derrotas; o tal vez, esté llorando por mi Yo Padre, aquél que se quedó siempre con los deseos de que sus hijos lo conocieran bien, lo disfrutaran a plenitud, le tuvieran la suficiente confianza para compartir sus victorias y sus derrotas; o quizá esté llorando por mi yo Adulto en la figura de abuelo, al ver en mis nietos las mismas necesidades que yo experimenté de niño.
Nadie resulta igual cuándo se rompe la armonía de un hogar, nada es igual cuándo se fragmenta la unidad, porque igual se fragmenta el corazón de aquellos que sienten que el amor es la esencia divina que debería de acompañarlos toda la vida.
Nada es igual cuando se rompe el corazón de un niño, nada que exista en este mundo podrá unir sus partes con el tiempo, sólo Dios, con su infinita misericordia y su amor incondicional podrá curar las heridas.
¿Por qué las lágrimas, mi Señor? Tú que creaste todas las cosas con amor e hiciste al hombre a tu imagen y semejanza, le obsequiaste el don maravilloso de la vida y encomendaste al Espíritu Santo la custodia de tu obra.
Las lágrimas, hijo mío, son por ti, por todo lo que representas en mi vida y en la vida de todos aquellos que tienen la esperanza, de que algún día el llanto se convierta en alegría.
“Todas las cosas las ha puesto mi Padre en mis manos. Pero nadie conoce al Hijo sino el Padre; ni conoce ninguno al Padre sino el Hijo y aquél a quienes el Hijo habrá querido revelarlo. Venid a mí todos los que andáis agobiados con trabajos y cargas, que yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis el reposo
para vuestras almas. Porque suave es mi yugo y ligero el peso mío” (Mt 11:27-30).
Ser padre va más allá de la imaginación humana, Dios ha depositado en nuestras manos la continuidad de su obra y ha puesto a nuestra disposición, los mejores materiales divinos contenidos en la amalgama celestial, para crear el mejor mundo para nuestros hijos. Al final de nuestros días y al principio de la vida eterna, nuestra obra será valorada por el Arquitecto Universal.
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