Cuánta falta me hacen mis nietos. Ayer, su presencia en mi día a día, me inyectaba la energía que iba perdiendo, cuando el reloj de mi tiempo marchaba como locomotora desbocada; y ahora confieso, que anhelaba con el alma, encontrarme con la sorpresa de que estaban de visita en la casa. Si alguna vez parecía molesto por tan deseado encuentro, mentira, todo era parte del argumento, para hacerlos llegar a mí, con la pregunta: ¿Abuelo, estás cansado? Y ¡claro! yo simulaba estarlo más de la cuenta, porque sabía que con ello se quedarían más tiempo a mi lado; unos, tratando de darme masaje en la espalda con sus pequeñas manos; otros, acariciando mi rostro como tratando de alisar mis arrugas; y los más temerarios, esforzándose por quitarme el calzado, para dejar mis pies desnudos y empezar a frotarlos, diciéndome que era para espantar la fatiga.

Cuánta falta me hacen los nietos; y mira, le digo a mi mujer, no es que no estime tu presencia y tu gran esfuerzo por tratar de mantener mi ánimo decaído, de ninguna manera, sin ti, tal vez ya me hubiera fundido a este sillón, que aunque suave, no me abraza como tú, mucho menos, con la fuerza con que me abrazan los nietos.

Cuánta falta me hacen los nietos, para no llorar a escondidas; y es que si me ve mi mujer, seguramente llorará también, pensando tal vez, que no me es suficiente con su amable compañía, por eso, cuando me pilla con los ojos rojos, posterior a lagrimeo, de inmediato me los tallo, y me quejo de la dificultad para leer en estas pantallas, en las que tanto brilla el reflejo.

Cuánta falta me hacen los nietos, tanto… como a mi mujer le hace falta correr tras ellos y renegar cuando no quieren comer, o cuando ya cansada los invitaba a la cama para contarles un cuento, y así poder vencer esa bendita energía, que tanto a ella como a mí nos daba la esperanza para seguir en esta vida, sintiéndonos necesarios de alguna manera y con ello nos hacían felices.

Cuánta falta me hacen los nietos, sobre todo, en esta triste faena, que sin estar cansado, pesa aún más por la pena de no poderlos tener a mi lado; ahora sé, por qué Jesucristo Nuestro Señor, quería que los niños estuvieran cerca de su divino ser, porque no hay amor tan limpio y desinteresado, tan puro e inocente, como el amor que emana de él.

Ahora empiezo a tener un poco de miedo, pero como le digo a mi mujer, no te espantes, tengo miedo de que mis nietos se olviden de mí, porque los niños crecen tan rápido, como rápido pasa el tiempo por ella y por mí, porque no es lo mismo trepar a un árbol nuevo, sentarse y columpiarse en sus ramas, que trepar a un árbol viejo, y escuchar el crujir de lo seco, porque fue dejando caer poco a poco sus hojas, para esperar el invierno.

Correo electrónico:
enfoque_sbc@hotmail.com