El sentimiento de abstracción social de muchos conciudadanos, en estos momentos de confinamiento, los ha hecho estimar, que en el ayer, lo menos fue mejor que lo que nos ofrece el hoy, porque lo menos significaba todo lo que podías necesitar para sentirte feliz, lo que se vivía eran cosas tan simples, tan naturales, tan nuestras, y ahora parecieran difíciles de alcanzar, y cada vez se marcan más las diferencias, aunque en apariencia, pareciere que todos cabríamos a corto o mediano plazo, dentro del concepto de pobreza, por carecer de lo más elemental: Una economía sustentable; seguridad pública eficiente y eficaz; servicios de salud con suficiencia estructural, en recursos humanos para la salud, insumos, medicamentos suficientes; certidumbre laboral.
La eterna esperanza de bienestar integral al que aspiramos, empieza a desvanecerse, ya no por el hecho de una perniciosa corrupción histórica, sino porque nos damos cuenta, que formamos parte de un todo, y ahora sólo nos queda esperar a que se nos vacune, no solamente para resistir el embate del SARS-CoV-2, sino que también se nos vacune para aceptar que habremos, por necesidad, de adoptar nuevos hábitos para cuidar de nuestra salud, para tener una mejor convivencia social, y por qué no, para fortalecer nuestros valores positivos y pugnar por un crecimiento que genere la suficiente riqueza para vivir decorosamente, y con respeto a las genuinas aspiraciones de los ciudadanos, de ejercer sus derechos constitucionales a plenitud.
Sea pues nuestro propósito para mantener estable nuestro equilibrio emocional, el hecho de saber que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios y que somos poseedores de suficiente fortaleza y capacidad, para vencer cualquier situación desfavorable, y aún más, para vencer la tentación de hacerlo por una vía que sólo traerá mayor desgracia a nuestro país.
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