Qué poco necesitas para verte feliz, eres como una suave melodía que llega al corazón, tan sutilmente expresas el sentir de quien vive la pasión y te hace sentir lo que no puedes expresar con tanta claridad como esperábamos de ti. Eres como un atardecer que nace sin fuerza y empieza a recobrarla al momento de tener contacto con la energía que emana de otro ser que reclama su lugar en tu vida.

Y yo aquí viendo y viviendo, tratando de comprender, por qué mi luz no te ilumina con la misma claridad del día, para hacerte sonreír y hacerte sentir con ello que también soy parte importante de tu cotidiano acontecer.

Y yo, como siempre, me refugio en el pasado, ayer, cuando me sentía el origen de tus días, sin saber que todo era el reflejo de mi ciego egoísmo, que no me dejaba comprender que tu luz era muy tuya, incluso, aún más grande que la mía.

Hoy me pregunto, después de tanto tiempo ya pasado, si la dulce primavera que llegaba en mis mejores días, sólo era una estación para adornar el escenario, para hacer más placentero el mágico misterio que envolvía la misión que Dios te había otorgado.

Hoy estoy de pie, en el mismo lugar en el que fui plantado, he soportado la inclemencia del tiempo, el fuego que quería secar todo lo que en mí me hacía de tu agrado, el frío que calaba hasta los huesos, buscando dejarme congelado para parecer sólo el retrato que cuelga en la habitación de tus recuerdos.

Hoy estoy aquí, y ya no es para cumplir con la parte que en tu vida me tocaba por hacer, estoy, porque igual que los demás que has engendrado, yo soy producto del amor con el que has amado todo lo que tocas, todo lo que has creado.

No te pregunto quién soy, eso, a mí ya no me toca saberlo, pero si de algo estoy seguro, es que ya no podría vivir sin las palabras que salen de tu boca y transforma a todo el que te escucha, gracias mi Señor por estar en todo lo que he amado.

Correo electrónico:
enfoque_sbc@hotmail.com