¿Quién se empeña en destruir nuestra esperanza? ¿Quién desea vernos derrotados por el miedo? ¿Quién tiene el poder suficiente para difundir todo lo malo que acontece en el mundo y entristecer el alma de la humanidad? ¿Quién busca hacernos renegar de nuestra fe? Quien quiera que sea, no lo logrará, porque somos de Cristo. “Pues lo que mi Padre me ha dado, todo lo sobrepuja; y nadie puede arrebatarlo de mano de mi Padre o de la mía” (Jn 10:29).
Ocasión de dolor que va más allá de lo físico, empieza a cundir entre la sociedad, que más que creer en Dios, cree en el hombre, que busca que sus problemas los solucione el consumo de cosas materiales, cuando el mal se encuentra en su incapacidad para reconocer la verdad.
Las enseñanzas básicas para sentirse bien consigo mismo y con los demás, están a la mano, ¿por qué entonces se nos hace tan difícil seguirlas? ¿acaso esto no es un reniego, un rechazo o un reclamo? ¿Por qué culpar a otros de nuestras debilidades? ¿Por qué no hacernos responsables de nuestros erráticos actos? ¿Por qué no arrepentirnos de corazón para evitar más caídas? Yo les aseguro que no alcanzará todo el dinero del mundo para satisfacer sus necesidades, porque el que tiene hambre y sed de las cosas materiales, seguirá teniendo hambre y sed, más, el que se nutre de la palabra de Dios, una vez que su espíritu se vea alimentado con el amor del Padre, no tendrá la preocupación que le imprime, no una necesidad fisiológica, sino una dependencia consumista que parece insaciable.
Hay muchos que se dicen menesterosos y mendigan por las calles, pero su hambre no tiene nada que ver con una necesidad fisiológica, porque el que pide pan se le da, pero si lo que pide es dinero, igual le pasa al que dice tener frío y desprecia la ropa que se le obsequia, y pide dinero para satisfacer otro tipo de necesidades.
Hoy vivimos siempre preocupados por el mañana, acaso no nos dice Jesús: “Así que buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas se os darán por añadidura. No andéis, pues, acongojados por el día de mañana harto cuidado traerá por sí; bástele ya a cada día su propio afán o tarea” (Mt 6:33-34).
No hay poder más grande que el poder de Dios, no se mueve una hoja de los arboles sin la voluntad del Padre, no perdamos la fe.
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