El día en que decidimos casarnos María Elena y yo, me preguntó: ¿qué esperas de mí?, yo le contesté: que cuando sientas que nuestro amor ya no tiene la misma intensidad, porque en tu vida existen otras prioridades, me sigas manteniendo en esa lista, para no sentir que ya no formo parte de ese todo tuyo, y que me concedas el derecho de decirte lo que no me agrada para que con ello se pueda contribuir a mantener una relación que privilegie la equidad, la armonía y la paz de nuestra unión.
Cuando llegó el día de nuestra boda, se nos presentó nuestra primera prueba, ella quiso pasar la última noche con sus padres y con sus hermanos, yo había planeado algo diferente; entonces me pregunté a mi mismo: ¿acaso no es tu amor lo suficientemente grande como para esperar un día más? Y así aconteció, al día siguiente cuando emprendimos la marcha a lo que sería nuestro hogar, María Elena lloraba tanto, que detuve el auto y emprendí el regreso, pero ella reaccionó después de recorrer un par de kilómetros y me pidió que nos dirigiéramos a nuestro hogar. Me pregunté: ¿habrá sido más grande el sentimiento que nos une, o se estará cumpliendo lo que Dios dispuso? Aunque en Génesis 2:24, se señala que: “el hombre dejará a su padre y a su madre, y estará unido a una mujer y los dos vendrán a ser una sola carne”; no dice que la mujer haría lo mismo; entonces comprendí que en el corazón de la mujer había algo que le faltaba al hombre, o tal vez, en el corazón del hombre el egoísmo era uno de los grandes retos a vencer.
Cuando llegaron nuestros hijos, se presentó otra prueba, mientras mi naturaleza exigía más atención de mi esposa, ella se encontraba casi enteramente entregada a los hijos, aunque yo amo a mis hijos, mi amor siendo el mismo, carece de la entrega total que evidencia el de su madre, entonces mi egoísmo me hizo sentir que empezaba a desvanecerse mi nombre de sus prioridades y busqué a mis amigos para compensar mi sentimiento de orfandad; la verdad, es que debía de haber estado igualmente cerca de mis hijos como lo estaba ella.
Cuando nuestros hijos crecieron y decidieron que hacer con sus vidas, mi egoísmo me hizo pensar que por fin recuperaría a la mujer con la que formé mi hogar, pero de nuevo aparece una prueba, llegaron nuestros nietos y ambos nos llenamos de gozo, pero el amor de mi esposa por los nietos renovó su naturaleza maternal y protectora, de tal forma, que mi egoísmo me hizo caer de nuevo en el sentimiento de desventura, porque me sentí nuevamente en la orfandad, entonces decidí hablar y hablar sobre lo que yo consideraba que debería de ser, olvidando que en el corazón de María Elena el amor rebosaba con el amor que sentía por sus padres, sus hermanos, sus hijos y ahora a sus nietos. Entonces comprendí que el hombre tiene una sola prioridad en la vida, el asegurar que su espíritu llegue al término de la vida preparado para llegar al principio.

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