Como buen mexicano, amo a mi país, opino y participo activamente dentro de mi ámbito social y profesional para mejorar las condiciones de vida de mi familia y mis compatriotas; le doy gracias a Dios por ser tan generoso con nuestro pueblo, y siento que estamos en su gracia, porque sabe de nuestro fervor religioso, de nuestra fe y nuestro amor por el prójimo; entre más problemas enfrentamos, más se aclara nuestra conciencia espiritual sobre el amor que nos tiene ¿Acaso no prometió estar siempre al lado de los más necesitados? Podemos hablar de pobreza, pero yo les aseguro que por más pobreza que exista, el que pide será escuchado y saciará su hambre, el que pide sanar de sus heridas, igualmente recibe consuelo; el que busca la paz interior, la encuentra para no vivir siempre angustiado por las consecuencias negativas de los errores humanos.
Podemos considerarnos afortunados, porque por más calamidades que enfrentamos, siempre encontramos solución a nuestras necesidades prioritarias porque pasamos de la oración a la acción, y si bien es cierto que para allegarnos ese bienestar pleno, tenderemos que enfrentar muchos obstáculos, también lo es, el que somos más los mexicanos que siempre buscamos que reine la equidad, la justicia y la paz en nuestro pueblo.
Es lógico pensar que aquellos que han logrado escalar una posición de mayor comodidad dentro de su función pública, no quieran descender algunos peldaños; es entendible que los que están en un nivel de mayor marginación anhelen tener condiciones que garanticen su estabilidad económica y lo que de ella se deriva, dentro de una sociedad, que en estos momentos, malinterpretando el discurso oficial, no sólo ve lo injusto en aquellos que ascendieron valiéndose de la corrupción, sino que incluso, podría estar molesta, hasta con aquellos, que sin ser corruptos, han logrado mejorar sus condiciones de vida, gracias a su esfuerzo honesto, a su entrega y a su potencial para salir de pobres.
No todo en nuestro país es corrupción, no todos los mexicanos somos corruptos, si bien aquellos que obran con justicia y honorabilidad son perseguidos y algunas veces eliminados, no debemos abandonarlos a su suerte.
“Yo fui joven, y ya soy viejo, y no he visto al justo desamparado, ni a su descendencia mendigando pan” (Salmo 37-25)
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