Mucho se habla y dice sobre la profesión del magisterio y el dedicarse a la docencia, ser profesor o maestro, instructor, o simplemente un burócrata de educación, que trata de que sus alumnos memoricen conocimientos para justificar su salario.
Mucho se celebra cada 15 de mayo, e inclusive, aquellos que han hecho de la rebelión, la delincuencia y el delito su mejor representación festejan como si realmente fueran maestros.
Se olvidan muchos del significado del término “maestro” y la trascendencia social que contiene.
Recordemos que hace mucho pero mucho tiempo, en los pueblos nuestros había tres autoridades: el alcalde, el cura y el maestro; hoy en día, se duda de los religiosos, y de los maestros también se comienza a dudar gracias a esos que han hecho del delito su modus vivendi.
De los políticos, ni hablar: más desprestigiados no pueden estar.
Un maestro debe ser alguien con conocimientos de alguna especialidad o discipina determinada, y conocimientos de aspectos docentes, pedagógicos, de la forma de enseñar y cómo hacerlo, porque no basta ser el mejor en su disciplina, sino saber tansmitir el conocimiento.
El recuerdo a Cándido Mayo, el mejor de los fotógrafos de todos los tiempos, quien supo enseñar, transmitir y plasmar a cada uno de sus discípulos. Ese fue un verdadero maestro: ejemplar en su forma de ser, honesto y honorable, capaz y accesible.
No era de esos que se sienten divinos y no osan hablar con los alumnos porque sienten que “se rebajan”, o que piensan que nadie en clase debe sacar 10, porque “esa calificación es exclusiva del maestro”.
De esos abundan, sin duda alguna.
Sin embargo, el verdadero maestro es el que llega al salón de clases con la idea de enseñar y aprender, con la consigna de que de cada ser humano se abreva conocimiento y experiencia, de cada ser humano se aprenden vivencias únicas e irrepetibles.
Muchas veces no sabemos cual es la carga de los alumnos y los hostigamos, o les exigimos un comportamiento que no está en su formación por las condiciones en que se han desarrollado. Ser maestro es tener la sensibilidad para captar esas cosas y poder ser un factor de cambio -como antaño- en cada uno de ellos, de los muchachos o niños, de los alumnos y compañeros, que puedan aprender de uno un poco, y que estén dispuestos a aprender de los demás, para mejorar su condición de maestro.
El término es especial y muy sublime. Recordar a los grandes maestros a lo largo de la existencia sería egoísta, porque podrían quedar fuera de la lista verdaderos mentores, y no sería justo hacerlo, por ello, el columnista desea hacer un reconocimiento a los maestros, esos que se ganan su prestigio con actitudes y acciones, y que dejan en cada hora de clase lo mejor de sí, sin importar si la clase duró más o menos, sino lo necesario para abrevar el conocimiento necesario.
A esos maestros, los que a diario forman a muchos jóvenes y niños, les felicitamos y reconocemos, con la esperanza de que en este México que nos ha tocado vivir haya en ellos la voluntad para ayudar a los jóvenes y nuevas generaciones en general a conformar un criterio que nos lleve a los mexicanos a crecer como nación y ser mejores, dejando la corrupción y la trampa a un lado.
Ser honorables como nuestros viejos maestros, dignificar la profesión debe ser nuestra meta.
A todos los colegas maestros, a quienes como nosotros se dedican a transmitir conocimientos propios y de otros, el mayor y mejor de los reconocimientos, y el deseo de que sigan superándose, para que sus pupilos sean también los mejores del mundo, lo que se reflejará en una buena labor magisterial.

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