Ja,ja,ja,ja,ja…

No es esta exclamación una señal de que su servidor atraviese por un momento de alegría. Ojalá fuera así.

La expongo, porque con seguridad es el estado de ánimo de quienes, de acuerdo al Periódico Oficial del Estado de Tamaulipas, fueron sancionados por habérseles comprobado la comisión de anomalías o irregularidades en el desempeño de sus funciones durante el gobierno de Egidio Torre Cantú.

Si los involucrados no siguen lanzando carcajadas, por lo menos deben exhibir en público y en privado una sonrisa de oreja a oreja.

No tiene caso citar nombres, porque la relevancia de los en apariencia infraccionados –supongo que por la Contraloría gubernamental– carecen en su inmensa mayoría de relevancia en su pasada encomienda y los dos únicos casos con un rango que merecía la pena, ni siquiera pagaron una multa.

Todos, a excepción de una destitución que se aplicó a un funcionario –ahora ex– de la actual administración panista, recibieron el “vergonzoso”, “aplastante” y “ejemplar” castigo… ¡de una amonestación!

Fueron 18 las sanciones de ese tipo y por si fuera muy denigrante esa “penosa” experiencia, 16 de ellas se aplicaron en forma privada. Sin testigos molestos, sin exhibiciones públicas y lo mejor de todo para ellos, sin consecuencias. Todos pueden tranquilamente seguir trabajando, si alguno de sus mecenas vuelve al poder y les invita nuevamente, en alguna función pública.

¿Cuál es la lectura de todo esto?

En realidad, los infractores –en el papel– en sus deberes oficiales no son el problema. Tal vez, inclusive, alguno o algunos de ellos no sean culpables, no hayan actuado de mala fe o simplemente siguieron órdenes sin obtener beneficio de su conducta y por lo tanto ni siquiera merezcan la amonestación.

No, el problema, lo que cala, es elegir a servidores de poca monta –por su empleo no por su persona o conocimientos– para tratar de enviar el mensaje de que se actúa contra quienes violenten la ley.

Aquellos tamaulipecos del muy cercano pasado, que en los hechos usufructuaron el poder sin límites y en muchos casos se enriquecieron en forma obscena con el dinero público, son en estos momentos quienes más felices se encuentran.

Después de conocer las sanciones que el Periódico Oficial publicó, hasta acá, desde cientos o quizás miles de kilómetros de distancia en algunos casos, se deben escuchar sus risotadas…

 

BORLOTE TAMAULIPECO

No entiendo para qué el despliegue publicitario, hasta ahora “de gorra”, de los precandidatos a senadores por el PRI, Alejandro Guevara y Yahleel Abdalá, pero en forma paradójica y aunque no sea creíble, son un modelo local que podría tomar para sí otro aspirante de perfil nacional.

La pareja, desde que se registraron ambos para buscar un escaño, ha hecho más ruido que un gato tras un ratón o un chivo en una cristalería. Correos, mensajes en redes sociales, entrevistas, apariciones en fiestas, todo es escenario propicio para el binomio. Y de acuerdo a la ley, sólo para convencer a los militantes del tricolor de convertirlos en candidatos formales.

No quiero imaginar cómo nos va a ir cuando se lleve a cabo la campaña oficial. Sálvese quien pueda.

Pero, ¿por qué llamarlos modelo para otro perfil?

La respuesta se deriva de una duda. Tampoco entiendo hasta ahora por qué si dos figuras locales como las mencionadas son capaces, como dicen en el rancho, de armar un borlote como el que traen, el precandidato del PRI a la Presidencia de la República, José Antonio Meade, con todos los recursos a su alcance y con la suma de talentos que le rodean, no pueda realizar una búsqueda del voto interno de su partido con el color, sabor y efecto que los aspirantes tamaulipecos le han puesto a su chamba política.

Tal vez no puedan decir que Alex y su bella colega sean los más populares en el Estado, pero ¡ah cómo hacen ruido!…

 

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