Mi nieta María, de belleza sin igual, de inteligencia sobresaliente, y de mirada inquisidora, se acercó sigilosamente a mí, y me pide que achicara mi figura para estar a mi altura, y así poderme decir un secreto, y como tal, no podré contarlo por entero, mas, he de procurar decir sólo lo esencial, lo que pone en evidencia su fina sensibilidad y su afán por hacer bien las cosas; y como si yo fuera su confesor me dice en voz baja y al oído: Abuelo, me acuso de pensar lo que no debo, y me preocupa, pues a mí se me ha dicho, cómo se debe de conducir una niña de mi edad en esta etapa de la vida, son mis padres mi maestros en esta educación en familia, y doy por hecho, de que todo cuanto me dicen es verdad y para bien mío, pero no he podido evitar escuchar a otras personas con las que convivo, y lo que a ellas les parece normal, a mí me hacen sentir mal, y ahora mi conciencia me reclama el que pueda pensar mal de las personas. He de reconocer, que de inicio, todo me pareció uno más de los juegos de mi amada nieta, pero, evité reír de sus ocurrencias, pues como decía reglones atrás, ella es muy sensible, y pudiera tomar a mal mi proceder, por lo que preferí guardar compostura, pero al ver tal solemnidad en su proceder y lo correcto de su expresión, me empecé a preocupar, más no queriendo ahondar mucho en lo que ella consideraba una falta personal, con mucha suavidad le pregunté a que llamaba ella tener malos pensamientos, y con mucha tranquilidad le pregunté qué era lo que tanto le preocupaba y me dijo: Tú sabes, cosas que no te nace pensar y mucho menos decir; pero como a mí me preocupa te lo diré, para que me aconsejes o me saques de la duda: A veces cuando me desespero o no me gusta cómo me tratan, quisiera responder con una palabra fea. Qué tan fea, le pregunté. Algo así como: no me molestes tonto, o regrésame lo que me quitaste, no seas abusivo, o, no corras cobarde miserable. Bueno María, no creo que sean malas palabras, por el contrario, me parece que has empleado palabras muy propias, tal vez, al pronunciarlas les diste un tono un poco más alto de lo debido, tanto, que parecieran un insulto, pero te aseguro, que no encuentro nada malo en ello. Mi nieta se me quedó mirando, lo hacía de una manera que denotaba una transición entre la inocencia y esa chispa que tienen todos los niños de su edad, y al permanecer unos segundos por demás callada, le dije: Ya no te preocupes, pero para que no te sientas mal, pídele perdón a aquél al que le llamaste así, y verás en ello un santo remedio a tus males, entonces ella contestó: Ahí está la cosa, no puedo pedirles perdón, porque entonces no me siento a gusto, no se me baja el coraje, y yo sé que tenerle coraje a alguien no es correcto. Tienes razón, no es bueno guardar rencor por las personas; hagamos algo, pregúntale mejor a tu abuelita, ella nos sacará de duda a los dos. La niña fue corriendo hasta donde se encontraba su abuela y le dijo: Mi abuelo me dijo que te preguntara si es malo tenerle coraje a las personas. María Elena que acababa de tener un desacuerdo conmigo, le dijo: Mira mi amor, si ese alguien es como tu abuelo, el perdón te llegará del cielo, porque ha de ser muy terco como él, y se merece la expresión.

La niña se sintió aliviada de inmediato.

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