Qué lento resbala por la ventana de las ilusiones, la gota de agua de la esperanza, pareciera que no tiene prisa en perderse en el filo de la nada.
Qué lento y rígido es el carácter para asimilar la molestia, y lo deja ser el fermento del odio y de la violencia en un corazón resentido.
Qué lenta es la respuesta de los que se dicen cuerdos y sesudos, cuando el pesado yugo del hastío y falso orgullo, los hace perder la cabeza.
Cómo ha crecido la maleza entre el trigo, por estar dormido el labrador, que confiesa, que le faltó tiempo para despertar de su falta de destreza.
Cómo ha avanzado la ceguera espiritual, en aquellos, que teniendo por timón de su barco la falta de probidad y de nobleza, prefieren navegar sin brújula en alta mar para viajar sin rumbo entre la niebla.
Cómo quisiera poderte convencer de la importancia que tiene el despertar de conciencia, para asumir con valor los errores que te hacen perder la cabeza.
Por qué lloran los niños cuando se empieza a nublar y que en lugar de ver la bondad de la lluvia, se intimidan ante la fuerza de la tormenta, que los hace sentir inseguros en su hogar por la falta de seguridad, al ver la torpeza de quienes los deben cuidar.
Por qué el amor sucumbe ante la rivalidad egoísta que pretende vencer todo lo que al hombre y mujer une, para subyugar por costumbre, el primer deber de los padres que es el amar a sus hijos.
¿Qué no lo sabes, dices? ¿Cómo te puedes engañar? ¿Por qué no aceptar la verdad? Puede más el instinto animal de aquellos que se dicen tener el poder de pensar, pero esto sólo les sirve para evidenciar su falta de madurez, para entender que “el amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.” 1 Corintios 13:4-8).
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