Somos los olvidados, me dijo aquel buen compañero, poco antes de jubilarse, nadie se acordará de nosotros, de nuestros servicios prestados por tantos y mejores años de nuestra vida, en esta que fue nuestra segunda casa, sí, nuestra segunda casa, y lo digo con mucho orgullo, pues en ella conocí a la que fuera también mi segunda familia; y claro que a pesar de no ser de mi sangre, a todos los quise como debe ser cuando se forman los grandes hogares, por cierto, los problemas sobraban, y no faltaron las discusiones estériles, los comentarios mordaces, las decepciones, las intrigas, las envidias y los celos; al menos, yo no guardo rencores, a todos los conocí bien de día, más nunca supe lo que hicieron de noche; si fueron desprendidos o hicieron de su vida un derroche, o si por el contrario, fueron avaros para darse a los demás y se quedaron guardados para sí, más a todos los respeté y los miré bien, a todos los quise igual, tal y como eran, tal y como son ahora, admirando su destreza o criticando su torpeza, espero que también a mí me hayan perdonado, porque a decir verdad, todos tenemos errores, algunos de apreciación, otros por ambición, otros tantos por omisión, pero éramos como hermanos, peleábamos, discutíamos, fuimos juntos a defender nuestros derechos, después discrepamos cuando a los que apoyábamos se fueron por el camino equivocado, y después nos veíamos de lejos creyendo que éramos culpables por haber apoyado al que nos jugó chueco. Así es y era la vida en aquellos lugares donde solíamos dar lo mejor de sí, donde a veces competíamos por ser los mejores, pero después nos frustrábamos cuando premiaban sólo a los cuates de los señores que ocupaban la silla; también lloramos juntos a los que se fueron de repente y no lograron llegar a la meta, nos dio tristeza el no verlos más sonreír, aquellos y aquellas que por todo querían hacer una fiesta.

Perdona que te quite tu tiempo médico amigo, te agradezco que me escucharas y que me hayas acompañado a la puerta a la que fue mi última checada.

Cuántos de nuestros compañeros y amigos se irán este año, en verdad, no lo sé, pero quiero que sepas amigo, que al menos yo, nunca te olvidaré, aunque no hayamos tenido muchas oportunidades para departir en fiestas, aunque sólo nos viéramos en reuniones de trabajo, para mí nunca serás un objeto olvidado, porque aunque te vayas de aquí, tus pasos y tu voz, se seguirán escuchando; tu esfuerzo dejado y tus logros de tantos años, se seguirán recordando; ahora amigo, dame esa mano, y por qué no, dame un abrazo, tal vez sea este el último riesgo que corramos al contagiarnos por la triste despedida.
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