“La vida es maravillosa cuando nos dejamos consentir por el espíritu, porque de su divinidad emana el amor que Dios tiene por todos nosotros, y él quiere que reine en nuestros corazones la alegría” (Libro de citas de Salomón).

Por qué no dejarme consentir por los nietos, cuyo inquieto espíritu salta de júbilo cuando anunciamos la proximidad de nuestro encuentro con la naturaleza, y más, cuando descubrimos durante el viaje, que la naturaleza no suele ser otra cosa que nuestras ganas de disfrutar juntos de la creación, del paraíso que el Señor nos ha obsequiado.

¿Consentir? replicó mi adorada esposa ¿Acaso llamas consentir al hecho de que desde el momento mismo en que abordan el auto se genere una discusión por el lugar que ocupará cada quién? ¿Acaso es dejarse consentir cuando pasan de las palabras fuertes a los manotazos, más bien, me parece que en ese momento empieza nuestro peregrinar hacia el calvario.

En estos momentos, mi amada mujercita, denota su desacuerdo con la narrativa, y yo la comprendo, porque siendo su formación profesional la del magisterio, le ha gustado desde siempre el orden y el cumplimiento de las reglas dentro de cualquier espacio que se asemeje a una aula de enseñanza; entonces, yo acepto con sublime tolerancia y un disimulado agrado aquella propuesta de cordura, para que en nuestro viaje reine la armonía.

Pero ¿qué aprendimos de nuevo en este gran viaje corto, que parecía que no se realizaría, ya que se había sentenciado que sería el último? Aprendimos, que cuando hay amor, hay unidad, hay familia, y donde existen todos estos elementos esenciales de la creación, está Dios, quien por cierto, ocupó como siempre un lugar preferente en nuestros corazones.

Él reía junto a mí, al ver y disfrutar aquellas escenas que se habían vuelto toda una tradición, y con ternura me decía: _Ya ves Salomón, que nunca te equivocaste cuando me pedías que te diera mi bendición para unirte a la mujer de tus más allegados anhelos, mira a tu hija Kattia, ve esos ojos  llenos de esperanza, siente cómo poco a poco se va alejando la tristeza; y mira la grandeza del espíritu de tus amados nietos, a ese enorme y noble Sebastián que se abre camino a la prometedora juventud, inteligente como ninguno, saludable como pocos, y qué me dices de Emiliano que refleja belleza por dentro y fuera, que es un verdadero ángel lleno de ternura; y mira a la bella Andrea que día a día construye el edificio de su vida, sintiéndose siempre amada y respondiendo también con amor a todo aquél que necesita ser amado. ¿Estas feliz, Salomón? _Señor, tú sabes que te amo y amo a mi familia, tú más que nadie conoces lo que hay en mi corazón.

Las discusiones fueron poco a poco apagándose conforme avanzábamos por la carretera, y como antaño, surgieron los mismos relatos que nuestro padre Salomón Beltrán García solía contar para motivarnos a disfrutar el recorrido cuando salíamos de vacaciones en familia.

Nadie más que yo iba en ese momento recordando los grandes viajes cortos de aquella gran familia, que igual discutía por el espacio dentro del auto, pero, donde nuestro padre imponía el orden con tanta energía, que a algunos nos hacía llorar y a otros callar de inmediato, mientras que nuestra adorada madre toda ternura, con su mirada amorosa nos consolaba sin poder hablar.

Nuestra primera parada, el pueblo mágico de Santiago, es donde mi espíritu se carga de energía, me basta con sentarme en una banca de la plaza Ocampo y ponerme a soñar despierto en cada uno de los momentos que pasé al lado de mis hermanos  de sangre y de mis hermanos en Cristo.

Después de un rato, escuché a mi nieto Emiliano que quería ir al sanitario y como ya hicieron suyo el lugar, corrió hacia el lugar más cercano, irrumpiendo con energía en el baño, causando un tremendo susto a un buen turista de avanzada edad, que al parecer invitaba a su cansado cuerpo a desalojar el filtrado de la sangre, imagino que acusaba cierta dificultad y más con la osadía de mi nieto, que espantado le llamó a su hermano Sebastián, quien pensando que algo andaba mal, acudió corriendo, y cuando se  topó con aquel hombre, cambiado de ánimo para mal, de inmediato acudió a mí, pidiendo ayuda, y yo reaccionando por reflejo, un tanto valeroso enfrenté al agredido que por cierto se veía mal, y mejor pedí disculpas por el atrevimiento y falta de respeto de Emiliano.

Después de aquel pequeño incidente, regresamos la plaza para respirar profundamente, esperando que la magia del lugar siguiera beneficiando nuestra mente.

Al poco rato recibimos la invitación de nuestros queridos primos Blanca Hilda Saldivar y Francisco Javier Abbud, disfrutamos una  excelente charla, llenos de ánimo, desbordando alegría y contribuyendo a la mutua felicidad de volvernos a ver.

Al poco rato cumplimos nuestro deber cristiano en la Santa Misa en el templo de Santiago  Apóstol, y al caer la tarde, partimos rumbo a Monterrey, porque al día siguiente cumpliríamos los gustos de los nietos en los lugares de su preferencia.

 

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