Lo más emocionante de viajar, es tener la gran ilusión anticipada de lo maravilloso que puede resultar la aventura. Ningún viaje es igual aunque el destino sea el mismo, esto se debe, a que las personas cambiamos, y en el caso de los pasajeros que abordamos la nave de mis fantasías dos veces al año, los cambios son cada vez más evidentes. Nuestros pequeños nietos han crecido tanto física e intelectualmente, que ahora la misión de nosotros los abuelos es contribuir a su crecimiento espiritual. Desafortunadamente en las etapas de la pre adolescencia y la adolescencia, la resistencia a entrar en el terreno de lo intangible, del culto a la divinidad suprema y el encontrar en sí mismo algo tan diferente a lo que estamos acostumbrados a sentir y a vivir, requiere de poder transitar la gran fe que hoy sustenta nuestra verdadera razón de existir.
Sí, nuestros nietos más grandes empiezan a cuestionar nuestro criterio, nuestra autoridad y hasta nuestros gustos, poco a poco hemos ido adaptándonos al entorno que actualmente los motiva, los cuentos, las anécdotas familiares, la evocación de recuerdos de seres tan queridos que no conocieron, han dejado de llamar su atención, hoy es la tecnología y su aplicaciones en los celulares y otros aditamentos , nos ha ido desplazando; nuestro mundo, el amado mundo de nuestros mayores, va perdiendo su colorido, su encanto, su magia.
Este parece ser el último de los grandes viajes cortos, porque las incomodidades y las insatisfacciones personales, empiezan a reflejar la obsolescencia de una generación que se aferra a los bordes de un mundo desgarrado por la ambición, de la violencia, la inseguridad, el materialismo y demás mezquindades que fracturan la natural esencia de la estructura familiar y privilegian en individualismo.
Nunca será mejor, el poner el frío material del celular en el oído, que sentir el cálido roce de las mejillas, prodigándose cariño; jamás podrá ser igual el observar un paisaje, en la pantalla del celular, que apreciar directamente el colorido de las plantas; el aspirar el perfume, de un frasco, que el oler el aroma, acercando nuestra nariz a las flores que crecen en el campo; o el tocar el artificioso material de plástico que simula un árbol, a poner la palma de nuestras manos sobre la superficie anfractuosa de un centenario ahuehuete; o el sentir el polvo depositado en una bolsa de plástico, que tener contacto directo con la textura de la tierra; o el tomar el agua contenida en una botella, a tomarla directamente del arroyo, sintiendo su frescura en el hueco que se forma entre las manos cuando la acercamos a nuestros labios para beberla o para refrescar nuestra cara.
– Abuelo, (me decía mi nieto mayor de 12 años):
– Estos son otros tiempos, le contesté:
– No te lo discuto Sebastián, pero yo he tenido la fortuna de haber vivido el tiempo de ayer y el de hoy, y te pudo asegurar, que si logras sembrar en tu corazón la semilla de lo que para mí fue bueno, jamás dejarás de luchar por darle a tu descendencia las mismas oportunidades de conocer el paraíso que Dios nos heredó para vivir de él y cuidarlo para las futuras generaciones.
Los grandes viajes cortos enseñan lecciones de vida, y si Dios te acompaña en cada uno de ellos, te hará saber, que en esas lecciones, podrás encontrar la sabiduría que te hará comprender, que nunca podrá ser igual, haber tenido el placer de acompañar y compartir con tus abuelos, el tiempo que para tal afán Jesucristo destinó para ello.
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