La duda tiene fundamento.
¿Los presidentes municipales ganadores en Tamaulipas durante la pasada elección del 6 de junio gobernarán o sólo administrarán?
¿Serán alcaldes completos o serán una especie de gerentes?
No es un cuestionamiento formulado sobre las rodillas y es aplicable a cualquiera de los partidos y candidatos que resultaron victoriosos –con las excepciones de Matamoros y Tampico– y desde luego, al único independiente que participó en esa contienda cívica.
Le diré si me permite, el porqué de las preguntas.
En el escenario postelectoral la percepción es que Regeneración Nacional domina hoy la geografía estatal. Tienen razón los que así lo ven en función del número de residentes, de la importancia productiva de las comunas que tendrán en sus manos y el gasto público que ejercerán. Gobernará MORENA, afirman, a casi dos millones y medio de tamaulipecos, en sólo nueve municipios.
La cifra es abrumadora. Dos terceras partes de esa demografía.
Sin embargo, dista mucho de ser lo mismo el gobernar a una población y el sólo hecho de ejercer el presupuesto que le corresponda.
Le expongo el origen de esta apreciación personal.
No hay duda alguna sobre el control total que los ediles tendrán sobre el dinero público entregado a sus ayuntamientos, pero ese dominio sobre los pesos y centavos no será el mismo con los ciudadanos. Qué va.
La razón de esta certeza es que en esos nueve municipios, de esos casi dos millones y medio de personas –2 millones 464 mil 368 para ser exacto de acuerdo al INEGI– sólo el 30, 35 y en algunas excepciones el 40 por ciento, son los que llevaron al triunfo a quienes serán las nuevas autoridades. El resto, el 70, 65 o 60, votó por otras opciones partidistas. Ahí están las boletas como prueba.
Lo anterior significa que en la gran mayoría de los municipios conquistados sólo tres de cada diez ciudadanos se considerarán gobernados por su flamante alcalde. Ninguno de los otros siete se sentirá representado por el nuevo mando. Para ellos será el que ganó, pero no será a quien ellos juzgaron que era el mejor. Así es la naturaleza humana.
Para hablar de los dos casos más visibles, las victorias de MORENA y del PAN resultan bajo esa óptica, engañosas. Predisponen a construir un entramado político y social que en la forma luce espléndido pero que en el fondo esconde una tormenta que espera el menor viento para estallar.
Quien espere un plácido mar en calma en su trienio es un ingenuo en el mejor de los casos o un ignorante de la política en el peor. Casi todos dominaron por cerrados márgenes en las casillas, pero tendrán que ganarse el apoyo y sobre todo, el respeto de quienes no les vieron espolones para gobernarlos. Y júrelo: Pocos lo lograrán.
Señoras y señores presidentes municipales.
Cuidado con los espejismos.
Parecen un edén, pero muchos de ellos tienen aguas envenenadas…
EN EL PAÍS, LO MISMO
Algo similar sucede en el país.
De acuerdo a las respectivas poblaciones de cada Estado en donde triunfó MORENA, este partido debería gobernar a 58 millones 462 mil 853 mexicanos. Casi la mitad de la población nacional.
No hay tal.
La verdad es que los comicios en esas entidades fueron una lucha de poder a poder, donde la victoria se disputó en algunas de ellas con finales casi de fotografía. En realidad, las huestas morenistas recibieron un apoyo fracturado, dividido radicalmente, que les augura gestiones donde tendrán que remar contra la corriente y en donde una gran parte difícilmente podrá rendir buenas cuentas.
No. No existe motivo para echar las campanas al vuelo para quienes ganaron.
Ni por asomo…
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