Los abuelos somos un consuelo para los nietos, porque habiendo en ellos tantas necesidades de ocasión, buscamos la manera justa, de mediar entre las partes en conflicto, para que sus demandas se resuelvan sin tener la sensación de que se está en desventaja, sobre todo, cuando el resultado no es a su favor. Los abuelos sabemos que los padres de nuestros nietos, ya sea por necesidad expresa o convicción, tienen que poner límites a sus retoños, que parecen insaciables e intransigentes cuando exigen un beneficio.
Los abuelos evitamos ejercer una autoridad dictatorial, que cancele o invalide los derechos de nuestros nietos, buscamos ser flexibles a sus demandas, sea que tengan o no un sustento firme y válido, porque buscamos ante todo, que puedan tolerar y manejar las frustraciones, evitando con ello la amargura.
Los abuelos sabemos perfectamente lo que significa vivir con pensamientos negativos que marcaron nuestra infancia, de hecho, algunos no han superado lo que consideran un verdadero trauma, que los condujo a experimentar un resentimiento que no caduca con el tiempo.
Los abuelos no sólo deseamos recuperar la armonía de las relaciones entre padres e hijos, buscamos fortalecerlas, haciendo valer por igual los derechos de cada miembro de la familia, viviendo una verdadera democracia madura, donde se pueden tener diferencias, pero se buscará primero privilegiar la unidad, misma que consolidará la paz interior que todos deseamos.
Los abuelos, en ocasiones, no somos escuchados, se nos tacha de consentidores, de condicionar malos hábitos y apoyar la rebeldía natural de nuestros nietos, pero yo les aseguro, que lo que más deseamos, es que no se repitan los mismos errores que nos hicieron perder, a muchos de nosotros, el camino que emprendimos, sin contar con un guía que nos hiciera sentir la seguridad, de que por más tropiezos que tuviéramos, siempre podríamos contar con la certeza de saber que no estaríamos solos en la búsqueda de la felicidad.
La vida sin los abuelos no estaría completa, porque ayudamos a los nietos, primero a soñar, y después a despertar de esos sueños, para encontrarse con la verdad de que nosotros somos la máquina espiritual, que mueve el tren de la vida, con rumbo a la eternidad.

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