Algo que mucho extraño, es la libertad que le daba a mi niñez, la seguridad de saber, que la tierra que pisaba era el mejor lugar para vivir y disfrutar; tan bondadosa era la naturaleza de aquellos felices días, que cuando por alguna causa no expresa, se filtraba la mezquindad y con ello al ambiente quería contaminar, Dios enviaba su divino viento, para rescatar al hombre de la crueldad que impone su incapacidad de poder amar, y así quedaba atrás, la maldad, la envidia, el rencor y  todo lo que se traduce como ofensa, para que al otrora paraíso terrenal regresar la normalidad.

Algo que mucho extraño, es el amor de antaño, el de poderse estremecer con sólo tocar la mano, el que hacía latir con fuerza al corazón y lo declaraba sano por estar totalmente enamorado, de la mujer que te empezó a querer desde que dejaste de ser extraño.

Algo que mucho extraño, son los momentos felices que pasé con los  buenos amigos, algunos de los cuales, dejaron una profunda huella en mis raíces; momentos de sana recreación, que invitaban a la meditación y te dejaban como mensaje una profunda y enriquecedora lección,  que así como generaban alegría, en ocasiones te infringían una leve herida, para que entendieras la razón, de porqué en la vida, se le tiene que creer siempre al corazón, pero ahora, son pequeñas cicatrices en el alma consentida, que nos recuerdan, que dónde hay amor, también puede haber dolor, pero, que siempre se puede regresar a ser felices,  por medio  del perdón que sigue a la reconciliación.

Algo que mucho extraño, es la oración que, con gran devoción, la comunidad cristiana dirigía al Padre, para que llegara al corazón de los que, de manera cobarde, dicen tener en sus manos el poder para que la vida en la tierra acabe. ¿Quién les dio tan gran poder a los insensatos, que parecen no tener amor ni por su querida madre?

Algo que mucho extraño, es la paz interior, la que me robara un día la incertidumbre generada por los que privilegian el mal por pura costumbre, sintiéndose víctimas de una sociedad, que asegura no ser culpable del abandono y violencia que nace en cada hogar, cuando de Dios la gente se aleja, para sentirse en la vida dueño de un poder indeseable.

Algo que mucho extraño, es la unidad alejada de la gran hipocresía, la que nos une por ser iguales, sin importar que la suerte o las circunstancias, hayan hecho que a unos les sonría y a otros los mantenga en un estatus de minusvalía.

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