Hace algunos años, se planeó una remodelación exprés de nuestro glorioso y heroico centro de trabajo, el jefe jurisdiccional en turno propuso se distribuyera al personal en los diferentes Centros de Salud llamados en aquel tiempo Centros Comunitarios, algunos trabajadores se negaban a abandonar su segunda casa, pues debido a su función específica, no podría desempeñarse en aquellos núcleos; en aquellos días las capacitaciones y actualizaciones normativas, se daban de una manera esporádica, por lo que le dije al mencionado jefe, que deberíamos aprovechar el momento para atender una situación, que solía posponerse porque no se consideraba prioritario en la Secretaría de Salud: las relaciones humanas; de arranque, a la mencionada autoridad le pareció interesante, más no relevante, pero ante mi insistencia, me dijo que lanzara una convocatoria para ver cuántos se interesaban en participar en lo que dio en llamar mi programa, contento porque había logrado dar el primer paso; lancé la convocatoria para la inscripción, la cual tuvo un rotundo éxito, pues se inscribieron 280 trabajadores, cuando le llevé el resultado al Jefe, este se sorprendió, y simulando un mayor interés por la respuesta, ofreció apoyo, entre ellos, el poder emitir unas constancias con valor curricular para darle un estímulo adicional a los que cumplieran el cuso completo; pero advirtió que eran muchos los interesados y no deseaba que quedaran descubiertas algunas áreas de la comunidad; le comenté que las capacitaciones serían en grupos de 30 personas, me hizo creer que estaba de acuerdo, al día siguiente, les di la buena noticia al personal de que tendría valor curricular la constancia y me dispuse a elaborar los listados y calendarizar los cursos, pero antes de llegar la hora del término de la jornada laboral, me mandó decir con una persona de su confianza que, siempre no podía otorgar el valor curricular y me ordenó que se lo hiciera del conocimiento a los interesados.
Empecé a sospechar que quería sabotear el proyecto, pero cumplí sus instrucciones, aun así, al personal no pareció interesarle la constancia, pues seguían interesados en llevar el curso, y seguí adelante con el proyecto, pero de nuevo, el jefe mandó a su hombre de confianza y solicitó las listas de los interesados a asistir al curso, porque había decidido seleccionar él mismo a las personas a las que se les autorizaría acudir al curso y ¡oh! sorpresa eliminó a la mayoría, dejando únicamente a 30 personas y donde incluía a un grupo muy especial; me entrevisté con ellos, y aunque deseaban acudir, la verdad, el motivo no era afín a los objetivos de superación personal que se pretendían.
Al iniciar el curso, les pedí a cada uno de los asistentes me dijeran ¿Qué era lo que esperaban del cuso? Solo dos personas hablaron de encontrar herramientas para mejorar su calidad de vida; el resto exhibía una actitud negativa, lo que validaba el resultado del diagnóstico situacional previo.
Al final, el curso fue bien calificado por los asistentes, la mayoría ha seguido interesados en la superación personal y se sumaron a lo que fue consolidándose como el Consejo Profesional para la Equidad Laboral y el Fortalecimiento de la Ética Institucional, pero quienes, ocuparon algunos cargos de autoridad en el sexenio anterior y sintieron que el conocimiento siempre se traduce en un riesgo para los que abusan del poder y la confianza que se les confiere, desde el destierro, siguen intrigando para que el bienestar integral no se consolide como un derecho.
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