Aquel hombre de amplia y jovial sonrisa, no dejaba de repetir lo agradecido que estaba con Dios por haberle obsequiado la vida, y sobre todo, por dotarlo de la suficiente capacidad intelectual para haberla disfrutado a plenitud, tanto, que hoy a sus 80 años seguía con una actitud sumamente positiva, y aunque le habían sucedido ya algunos quebrantos físicos de importancia, que había superado gracias a que no tenía miedo a sufrir, mucho menos a morir, porque afirmaba, que si algo había seguro en la vida era el hecho de que todos habríamos de morir en algún momento. Yo lo observaba con admiración y cierta envidia, porque no sólo me aventajaba en edad, sino en madurez, una madurez que parecía  lo había acompañado a lo largo de toda su vida, y que le había ayudado a tomar las mejores decisiones.

Cuántos de nosotros nos estancamos en una forma de vida, que nos mantiene siempre atados a una rutina que podría traducirse metafóricamente como el pago de una condena impuesta por nosotros mismos; desde luego, que en ello mucho tuvieron que ver los factores determinantes de una personalidad con una importante carga obsesivo compulsiva; porque al querer ser “perfecto”, se renuncia a una naturaleza que nos permite ir creciendo entre aciertos y fallas, pero tan saludable, que no deja una huella permanente, que incide en el ánimo y condiciona una actitud francamente negativa, porque nadie que sea obsesivo-compulsivo puede ser feliz, así haya tenido logros significativos desde el punto de vista profesional.

Pensando que aquel ejemplo de madurez plena, optimismo y jovialidad, podría darme la fórmula de su exitosa vida, no dudé en preguntárselo, y sin dejar de sonreír me dijo: Relájese y disfrute, no luche por tratar de cambiar el mundo, mucho menos por tratar de agradarle a las personas, sea usted mismo, sea lo que su naturaleza le indique, no se exija demasiado, porque   su potencial ya está definido genéticamente, y todo aquello que le cueste más trabajo de lo que su ser pueda soportar, habrá de traducirse en mal estar; siempre haga lo que le agrade en la vida para que pueda disfrutar de la misma. Aprenda a decir no, sobre todo cuando sienta el impulso de que lo que le piden no es de su agrado. No se apegue ni poco, ni demasiado a las cosas materiales, recuerde que llegamos al mundo desnudos y desnudos habremos de irnos. Por último, no se olvide que es hijo de Dios, y El como buen padre, le heredó un paraíso para disfrutarlo, no para convertirlo en su infierno personal, pensando que no se merece todo lo bueno que le ocurre.

Aquel hombre de amplia y jovial sonrisa, se iba a ir de mi presencia sin haber conocido su nombre,  sin poder agradecerle aquella oportunidad para hacerme reflexionar, sobre lo mucho que estaba perdiendo al tener una conducta tan obstinada, así es que lo alcancé y le dije, señor, disculpe mi falta de cortesía me podría decir su nombre;  él volteó y me miró con extrañeza y me dijo: Yo soy.

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