“Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel. La gente aprende a odiar. También se le puede enseñar a amar”…

Nelson Mandela

 

Tenía 14 años cuando leí en la revista Selecciones de Reader’s Digest, una síntesis del libro “Llora amado país”, de Alan Stewart Paton.

A pesar de la corta edad la obra me conmovió. Había elementos que aún no entendía plenamente pero la esencia de la trama calaba en el espíritu del en ese entonces mozalbete –su servidor– que como usualmente sucede en los tiempos tempranos, odiaba la injusticia y tenía ideales que en realidad eran ilusiones y castillos en el aIre, como lo comprobé con el correr de los años.

El libro aborda con  la Sudáfricade los sesenta como escenario, la discriminación racial, el odio étnico, los abusos del gobierno, la segregación, la ausencia de derechos para algunas razas y el clasismo, entre otros factores condenables.

¿Por qué recordar esa lectura?

Porque veo con profunda tristeza que aunque no de manera tan atroz, algo parecido sucede en este México, que pese al amor que todos compartimos por él, hoy está partido en dos, En el libro, entre blancos y negros. En nuestro país, entre conservadores y neloliberales, entre –odio esas palabras– fifís y chairos.

Me queda claro cómo hemos llegado a esta aberración, pero no entiendo por qué no sólo la aceptamos, sino inclusive la alimentamos. Enferma enfrentarse día tras día, de los dos lados, a una mezcla de insultos, descalificaciones, señalamientos, calificativos y otras manifestaciones por el estilo.

Hemos perdido el respeto que nos teníamos entre nosotros los mexicanos. Hemos perdido el orgullo de ser todos hijos de esta tierra y nos hemos transformado en enemigos de nuestros amigos, de nuestros compañeros de trabajo y hasta de nuestras familias. El encontronazo brutal que acabamos de sufrir por el tema electoral es una dolorosa muestra de esa indeseable colisión y de sus consecuencias.

Sea cual sea el futuro a corto plazo, México estará herido por muchos años en su corazón, en nuestra esencia. ¿Dónde está el honor que ante otras naciones presumíamos como hermanos? ¿Cómo hemos permitido que nos conduzcan a este ambiente tan mezquino?

Hay muchas respuestas, pero cada quien las ofrecerá diferentes.

En lo único que me parece que en estos momentos podemos coincidir, es que hoy podemos decir lo mismo que los sudafricanos medio siglo atrás cuando leí aquel libro.

Llora, amado país…

UNA DECISIÓN RAZONADA

En los días cercanos transcurridos, he seguido con atención el proceso que sigue en la Universidad Autónoma de Tamaulipas la Facultad de Derecho de Ciudad Victoria, para definir a su nuevo Director.

De los nombres mencionados en ese sentido, en lo personal no tengo duda alguna sobre quién es la mejor opción para ese puesto, ocupado históricamente por abogados de prestigio indudable, reconocidos dentro y fuera de Tamaulipas y ejemplos de honestidad profesional. Muchos de ellos, ya desaparecidos.

Por eso, me atrevo a verter mi opinión en ese tema, no por compartir esa profesión a la que tanto respeto, sino por el conocimiento personal y en algunos casos cercano, con quienes han desempeñado ese honroso cargo. No cito nombres por no omitir alguno y cometer una injusticia.

En la sucesión que hoy ocupa a alumnos y academia de Derecho, el camino es en la opinión muy modesta de su servidor, un ciudadano común que se honró en haber sido alumno y profesor en la UAT, el que lleva al jusrista Eddy Izaguirre Treviño.

Dueño de Maestría y Doctorado, Izaguirre es una de las autoridades más reconocidas en diversas modalidades de esos terrenos. Su trayectoria además, está alejada de grupos violentos que hicieron daño a la Facultad y en general al Alma Mater y es, siempre en mi percepción, el más preparado para darle a ese plantel un perfil fresco y actualizado.

Ojalá decida la razón y no la pasión, en la Facultad de Derecho Victoria…

Twitter: @LABERINTOS_HOY