Respeto es una bella palabra. Y a la vez es una de las menos aplicada por los mexicanos.
Hoy, entre otros valores universales, la “Cartilla Moral” impulsada por el Presidente Andrés Manuel López Obrador, trata de recuperar en el papel ese atributo que pese a ser básico para la convivencia humana, ha sido y es prácticamente olvidado o menospreciado por la mayoría, sin importar su ámbito. La más sólida sentencia para su servidor es la de mi padre: “Ya no hay respeto”, solía decir.
Pero no es nuevo el término para los tamaulipecos.
Alguien intento 26 años atrás implantar ese valor como bien moral supremo de esta geografía. Como respuesta cosechó burlas, pitorreos, deslegitimaciones y hasta insultos.
Fue el entonces gobernador Manuel Cavazos Lerma, quien desde el inicio de la administración que encabezó trató de difundir dentro de su visión entre espiritual y esotérica, lo que en su momento llamó “Los Siete Caminos de Luz”, en donde incluía a la familia, a la naturaleza y a la humanidad entre otros aspectos como receptores necesarios de ese respeto.
Ese breviario personal de la moral sumaba una gama de valores que hoy curiosamente retoma en parte López Obrador, en un documento que enfrenta socialmente los extremos de un total apoyo o del rechazo absoluto.
¿Tendrá la Cartilla la misma respuesta que la otorgada al matamorense?
Bueno, queda claro que las circunstancias son sumamente diferentes.
Mientras Cavazos hacía pedazos en su vida personal lo que aconsejaba en los discursos y era protagonista casi cotidiano de escándalos reñidos precisamente con la moral, el Presidente tiene una ventaja: La convicción casi intacta de sus seguidores –merecida o no– de que es el único facultado para pedir que todos observemos buena conducta.
Pero –odio ese pero– la realidad es demoledora.
La verdad es que esas acciones o documentos son como las llamadas a misa: Va quien quiere sin que exista sanción por no hacerlo. Y si ni siquiera la misma Iglesia condena la inasistencia a sus liturgias obligadas por la fe, mucho menos lo podrá hacer Andrés Manuel con sus conciudadanos sólo porque él lo diga, con lo cual lo que se haga en ese sentido pasará, en un destino casi fatal, a ser un ejemplo más de un catálogo de buenas intenciones y por lo tanto mucho más candidato al chacoteo que a la observación.
¿Es inútil entonces esa Cartilla?
En mi opinión no se puede calificar de manera tan radical. El solo hecho de poner esos valores sobre la mesa es positivo, al menos para acordarnos de que existen y de que deberíamos aplicarlos.
Sin embargo, es complicado esperar buenos resultados de ese propósito cuando nos enfrentamos a una larga fila de problemas provocados por las malas decisiones de la misma persona que nos pide “ser buena gente”, agravados por una tozudez que raya en lo subhumano para enmendar errores. Algunos monumentales.
En este escenario, me atrevo a aportar una modesta sugerencia.
Dejen al Presidente impulsar su Cartilla Moral. Si lo hacen, tendremos los mexicanos dos beneficios potenciales.
Uno, que un buen día toque a nuestra conciencia un rayo de lucidez y le hagamos caso al llamado a ser mejores personas. Se vale soñar.
El otro, que quien tiene el mando nacional estará ocupado en vigilar que seamos mexicanos de excelencia moral y a lo mejor, sólo a lo mejor, descansará en hacer de este bendito país un gigantesco conejillo de indias para experimentar cambios económicos y políticos sin por lo menos lanzarnos como advertencia una palabra coloquial:
¡Aguas!…
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