Trillado, viejo, caduco, como le quiera llamar, pero el 7 de junio México recuerda -que no celebra- la llamada libertad de expresión, que no es más que la remembranza de la forma en que el Estado logró corregir y comprometer la integridad de los editores. La fecha es significativa para quienes nacimos con el periodismo en nosotros y lo hemos ejercido durante años, a veces con pena, a veces con gloria, pero siempre con una apasionada forma de querer trascender en esto de transmitir los hechos relevantes del diario quehacer ciudadano.
Somos los periodistas los modernos juglares, encargados de dar voz a las mayorías y de difundir lo que acontece, en la medida que se nos permite, y en este día especial, siempre viene el recuerdo de aquellos compañeros que ya no están con nosotros, por decesos naturales y no tanto, pero que nos formaron un criterio de lo que debiéramos hacer como periodistas, palabra tan amplia y de gran significado, que muchos de los que dicen ejercer el periodismo no tienen la mínima idea de lo que significa.
Libertad de expresión propiamente sabemos que no existe hoy en día, y que muchos nos empeñamos en escribir lo que pensamos en un periodismo de opinión condenado por unos y alabado por otros.
En la política, siempre hay quien piensa que somos unos arrastrados, vendidos, pusilánimes o guerreros, de acuerdo al apoyo que sientan hemos dado a sus afines, o todo lo contrario.
Nos tachan de todo y nos subvaloran en infinidad de ocasiones. No se trata de hacer un juicio sobre los buenos y malos periodistas, porque en todas, absolutamente todas las profesiones hay buenos y malos, y seguramente tienen detractores por muy profesionales o francos que se presenten.
A la sociedad de nuestro tiempo no se le da gusto con nada, absolutamente nada, y eso lo sabe el periodista que, en pleno proceso electoral es acusado de pluma vendida, de esquirol y muchas lindezas más, de esas que filtran los que no tienen idea de la importancia de tener un periodismo de calidad y verosimilitud, si es que entienden qué es ese concepto.
El caso es que este 7 de junio hemos de pensar que podemos escribir libremente, que podemos expresarnos sin el temor de ser silenciados por uno u otro bando, y que los nuestros no corren el peligro que tienen todos los días, por el único “pecado” de ser familiares de periodistas.
La profesión que elegimos es apasionante: nos permite estar con cualquier tipo de persona sin importar su estatus social o político, y nos da la oportunidad de ser voz de muchos, aunque otros, insistimos, piensan que somos voz pagada, corrompida o peor aún, prostituida.
Y hemos de afirmar que nadie puede meter las manos al fuego por todos los miembros del gremio, pero sí podemos decir que en la entidad es un triunfo se periodista: es casi ser un héroe que sale a la calle con el deseo de formar criterio, y eso merece un gran reconocimiento.
A los que no están ya, el merecido reconocimiento y homenaje; a los que sí están, la esperanza de que esto cambie pronto y podamos volver a sentirnos confiados en ejercer nuestra profesión tan apasionante.
Y a la sociedad, el deseo de que se pueda valorar la profesión de que hablamos, y que nos permitan seguir siendo ese vínculo entre los personajes de cualquier ámbito y la sociedad, para transmitir lo que se quiere dar a conocer con hechos y confirmación de datos, que son las premisas prioritarias del periodista.
Felicidades a los colegas periodistas de todo el estado y allende las fronteras, y deseamos que puedan festejar nuestra libertad de expresión, aunque sea este día, con una manifestación oral o escrita que les permita externar su punto de vista sobre lo que vivimos.
La esperanza es lo último que nos arrebatarán, de ello estamos muy seguros.
Comentarios: columna.entre.nos@gmail.com