Los amantes de las cosas viejas y recuerdos, aquellos que añoramos la música de los setentas o la moda de los noventas, la forma en que nos transportábamos a la escuela, sin peligro ni riesgo de ser secuestrado o baleado, o que salíamos los fines de semana sin más peligro que encontrar a un grupo de alcoholizados que buscaban pleito; los que pensamos muchas veces que “todo tiempo pasado fue mejor”, pensamos que nuestros legisladores, de repente, deberían dar una vista a aquellas cosas viejas que dejamos pasar y que siguen siendo la diferencia entre educarnos bien y ser lo que somos.
Hay muchas cosas que vivimos y como si fueran un Dejavú, las estamos volviendo a vivir, como es el caso del exhorto de los diputados para que haya leyes que obliguen a practicar actividades físicas, en aras de combatir la obesidad y el sobrepeso, enemigos públicos número uno de la humanidad, y causantes de una gran cantidad de padecimientos, entre los que destaca la diabetes mellitus, hipertensión arterial y varias cardiopatías, entre muchos otros problemas que por lo general aceleran el proceso de muerte en el ser humano.
El columnista recuerda aquellos años en que las hijas se encontraban realizando sus estudios de primaria, cuando en el Congreso de la Unión se hizo el exhorto y se dictaminó la obligatoriedad para que hubiera en las primarias del país tiempo para actividad física -clases de educación física y ejercicios- todos los días, de lunes a viernes, en un afán por combatir el grave problema que hoy tenemos.
Desde entonces se dictaminó la necesidad de hacerlo, aunque, por andar en las grillas sindicales, unas del SNTE y otros de la CNTE, los maestros prefirieron guardar sus humanidades en la dirección durante el recreo, y en horas de clase hacer como que no supieron esta disposición.
El resultado: muchos de nuestros niños gordos, obesos, sujetos a una serie de complejos y padecimientos, causa de nuestras propias acciones.
Hubo el plan de reducir el consumo de comida chatarra y se prohibieron muchos productos, a grado tal que los que fabrican éstos hicieron bolsas más pequeñas de galletas, papas y demás: raciones más pequeñas que no solucionaron el problema, porque padres inconscientes de la problemática, en lugar de mandar al hijo con una bolsa pequeña, de las nuevas, compraban dos, porque “pobrecitos los hijos, se quedan con hambre”, en lugar de sacudir esa pereza y preparar algo saludable.
Es una realidad, porque el ser humano se está convirtiendo en un sedentario irremisible, y eso es muy grave, porque ahora resulta que no caminamos ni para subir a la pesera.
Grave, muy grave, pero lo es más aún cuando en casa solapamos estas acciones, en la escuela no propiciamos actividades física, y los que nos debieran formar alientan el consumo de porquerías que venden por lo general en muchas cooperativas escolares, que han dejado de ser lo que son, para convertirse muchas en un jugoso negocio para unos cuantos padres de familia, que lejos de atender lo mejor para sus hijos, ven la oportunidad de hacer dinero a costa de los demás y su salud.
Y nuestros diputados, quieren legislar al respecto: se han dado cuenta que ni ellos saben qué disposiciones y leyes existen, porque el tema está legislado, normado, está obligado para el sector educativo, pero nadie parecemos conocerlo o lo evadimos, en aras de que no suceda nada.
¿Qué estamos haciendo con los hijos?
Se supone, o eso nos dijeron algunos padres -sacerdotes de la vieja guardia- que los hijos eran el depósito más sagrado que Dios nos hacía a los seres humanos, y le hemos respondido con actitudes de descuido, dejándolos engordar y no ejercitarse, olvidando que primero que todo es el bienestar del individuo, y de ahí parte una enorme cantidad de virtudes que podemos y debemos cultivar.
Algo hacemos mal, y nuestros legisladores ignoran lo que hay en su campo de acción. ¿Negligencia? Como dijo la senadora Xóchitl Gálvez: “la ignorancia también es corrupción”.

Comentarios: columna.entre.nos@gmail.com