La perenne gota de agua que escapaba del grifo, había formado un pequeño surco en la tierra que iba a parar a un árbol de naranjo, que a pesar de ser muy añoso aún daba vida, cada temporada, a un pequeño número de frutos.  Era inevitable, que al caminar por aquella vereda, pasara desapercibido lo que a cualquier persona le hubiese parecido un desperdicio de agua, por lo que jactándome de conocer el sentir de mi abuelo materno, que desde su orfandad temprana sabía lo que era pasar estrecheces, pensé que seguramente no aprobaría que aquel desperfecto siguiera siendo motivo de que se estuviera dilapidando el preciado líquido, de ahí que decidí ofrecerle mis servicios básicos de plomería, para ello, lo busqué en la cocina, pues era la hora de comer, y lo encontré  sentado en una de las sillas esperando le sirviera su mujer, mi abuela Chabela. Tuve especial cuidado en no sentarme sobre su sombrero, el cual yacía en la silla de al lado, me le quedé viendo y observé cómo el sudor que perlaba su frente, era secado por su paliacate rojo, y llamaba de sumo mi atención, que su camisa de color gris claro, cuyas mangas  traía arremangadas hasta los pliegues del codo, mostraba al frente las huellas blanquecinas del sudor que se había evaporado previamente por haber empezado, como siempre, su faena tan temprano; y sintiéndome muy orgulloso y afortunado por ser nieto de un hombre harto trabajador, queriendo demostrarle mi buena disposición de trabajo, le hablé con mesura sobre el problema de la gotera que caía del grifo, y al término de mi exposición, el hombre se me quedó viendo y me dijo con voz pausada: ¿Sabes desde cuando cae la gota de grifo? Y continuó diciendo: Estuve cambiándole el empaque a la llave con frecuencia, pero al no solucionarse el problema me puse a buscar otra causa y me encontré con una sorpresa: una de las raíces del naranjo presionaba fuertemente la cañería de cobre, ocasionado un incremento en la presión del agua, venciendo la resistencia del empaque, entonces comprendí que debido a mis múltiples ocupaciones nadie se encargaba de regar el naranjo, por lo que presumo, que éste buscó la manera de asegurarse le llegara el vital líquido para subsistir. La moraleja de esta lección de vida, es que nunca hay que subestimar la capacidad de los seres vivos para resolver sus necesidades.

 

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