Hablaba en serio, sin duda.

Cuando un mes atrás, días más o días menos, el Presidente Enrique Peña Nieto confió en una reunión privada a un selecto grupo de empresarios que tal vez él no es el mandatario más culto que ha habido en México, pero a cambio sí es “muy eficiente en procesos electorales”, hablaba –los hechos lo confirman– con los dados en la mano.

Para tratar de explicar esta percepción personal, permítame exponer mi opinión en dos tiempos, el presente y el pasado. Empezaré, con su permiso, por la actualidad y por lo que es evidente.

El escenario que viven en estos momentos los candidatos presidenciales Andrés Manuel López Obrador y Ricardo Anaya, de MORENA y del PAN respectivamente, todos lo saben, no puede ser fortuito. Nada ocurre en política por azar ni por intervenciones de la Divina Providencia.

El tabasqueño es azotado cada semana, no en medios convencionales, a los cuales pocos les creen, sino en donde más le duele: en las redes sociales. Una cuenta –“Pejeleaks”– lo exhibe en sus miserias y lo mantiene en permanente estado de irritación e inquietud. Es una bola de nieve que va creciendo cada siete días y puede jurar que también elevará el tono de las denuncias. Sabrá el Diablo hasta dónde llegarán esas revelaciones.

A Anaya le ha ido peor. En la antesala de ser convertido por la PGR en indiciado por un presunto delito de lavado de dinero, está atrapado en un callejón sin salida. La única manera de probar su inocencia –si así fuera– sería exhibir sus declaraciones fiscales y su patrimonio real, lo cual sería como poner la cabeza bajo el hacha del verdugo, porque puede jurarlo, el güerito descolorido no tiene como la inmensa mayoría de los políticos, las manos limpias. El panista convirtió a la lucha contra los corruptos en su bandera y ahora resulta que podría ser socio distinguido de esa indeseable cofradía. Es un corte en la yugular.

En este escenario, como es natural, los dos afectados han acusado al PRI y al gobierno federal de promover esos señalamientos y denuncias para deslegitimar las aspiraciones de la pareja. Tal vez tengan razón, pero olvidan algo muy importante. El Presidente está vacunado. El Presidente desde hace tiempo se curó en salud para no ser satanizado como parcial o faccioso, en una estrategia que no se forjó la semana pasada o en el año anterior

Retrocedamos un poco y abordemos ahora, si gusta acompañarme, el pasado.

Enrique Peña sabía desde su arribo al poder, que sería otro trabajo de Hércules dejar sucesor priísta, por la deslegitimación galopante que ya asomaba. Tenía que preparar cuidadosamente un escenario en el cual su apego a la ley fuera considerado indiscutible. Y lo armó. Día tras día, mes tras mes, año tras año.

Las acusaciones y acciones penales contra el ex gobernador de Tabasco, Andrés Granier; el ex de Veracruz Javier Duarte, el ex de Chihuahua, César Duarte, el ex de Quintana Roo, Roberto Borge y el retiro del blindaje al ex de Tamaulipas, Tomás Yarrington –todos priístas– excluyeron a Peña de ser señalado como protector de su establo. No hubo un solo paso fortuito en lo que parece un guión magistral sobre política.

Y en el inicio del auge en el “balconeo” a López Obrador y a Anaya, el Presidente muestra una joya digna de una corona al permitir que se ponga en la picota a una figura destacada de su propio gabinete: a Rosario Robles, ex titular de la SEDESOL, por un presunto desvío multimillonario de recursos.

¿Quién puede acusar a Peña Nieto de faccioso?

Nadie. Los hechos lo inmunizan.

Es un blindaje perfecto que en medio del huracán que asoma en el horizonte para zarandear a Andrés Manuel y a Ricardo, no le moverá un cabello al Ejecutivo. Si los tsunamis que se avecinan arrastran al dúo será el imperio de la ley. La Ley que el Presidente ha aplicado históricamente sin distinciones.

Lo anterior, producto de mi calenturiento magín, es ciertamente una especulación, pero deja una respuesta anticipada a una pregunta:

¿Es o no es don Enrique el Presidente más eficiente en materia electoral?…

 

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