“Donde hay soberbia, allí habrá ignominia; donde hay humildad, habrá sabiduría” (Proverbios 11.2).

Un día llegó a mi consultorio un paciente de complexión delgada y facies angustiosa, sin mirarme a los ojos, hablaba rápidamente  tratando de detallar el motivo de su consulta, pero su voz se escuchaba tan apagada que me era casi imposible entender lo que decía; le pedí de favor hablara más despacio y claro, pero el hombre seguía en la misma actitud, le pedí entonces a  mi compañera enfermera le tomara los signos vitales y tratara de descifrar lo que decía, después de unos minutos ella me comentó que el paciente refería que padecía de diabetes diagnosticada hacía algunos años, pero que su control era irregular; además que padecía de alcoholismo crónico, pero aseguraba que tenía un par de años en abstinencia; refirió también, que la consulta no obedecía a ninguno de esos aspectos, sino al hecho de que sentía que a su cuerpo se le subían algunos insectos; pensé que se trataba de un caso de Delirum Tremens, aunque no sabía en realidad si el paciente había dejado de beber en el tiempo que citaba o si tenía sólo de dos a diez días de abstinencia. Cuando procedí realizar la exploración física, a insistencia del paciente, tuve especial cuidado en buscar  los insectos que él mencionaba, en el área del cuero cabelludo, pero ni yo ni la enfermera localizamos ninguno, al término de la consulta, le solicité estudios de laboratorio, le di su tratamiento para la diabetes y le pedí que en la próxima consulta acudiera un familiar con él, y así lo hizo, acudió  la esposa, a quien interrogué sobre  las ideas delirantes de su pareja, pero ella comentó, que efectivamente, él, le dice frecuentemente que se le suben insectos a la cabeza, pero que ella no los ha visto; le pregunté si en su casa había algunos nichos de insectos , o si los había encontrado en las sábanas o los ribetes del colchón, pero su respuesta fue negativa. En esta segunda consulta, de nuevo examiné detalladamente al paciente y no pude localizar ningún insecto, pensé entonces referir al paciente al servicio de psiquiatría, para una valoración; pero, el paciente insistió en que no necesitaba ser atendido por esa especialidad y rechazó la referencia, pero sí se envió a la Clínica del Pie diabético debido a una lesión que presentaba. Al paso de un mes mientras examinaba a una paciente, la enfermera entró al consultorio procedente de la sala de espera y me dijo: Doctor ahí está nuevamente el paciente que se le suben los insectos y está un poco inquieto y quiere pasar en este momento a la consulta; para entonces, ya estaba yo un poco estresado porque había mucha consulta pendiente, y sin desearlo, exteriorice mi pensamiento y le dije a la enfermera: De la mejor manera hágale saber que espere su turno, porque, se nos va ir tiempo en buscarle los insectos; entonces, la paciente que estaba en ese momento consultando dijo: Ese paciente del que habla es mi tío y efectivamente se le suben los insectos a su cuero cabelludo. Y le pregunté: ¿Y usted como lo sabe? Y replicó: Yo le corto su cabello. Y así fue como me di cuenta de que decía la verdad.

Nunca hay que desdeñar lo que un paciente nos comenta en cuanto a su patología, aunque en ocasiones, la ciencia nos guíe hacia la toma de decisiones aparentemente correctas por existir evidencias suficientes para hacerlo.

Comentario aparte: La enfermera me preguntó en la segunda consulta del paciente citado: ¿Por qué no lo refiere a la especialidad correspondiente? y le contesté: ¿No le ha pasado a usted, el hecho de que en algunas ocasiones nadie le cree lo que siente? Si yo me empeño en hacer valer mi conocimiento médico por sobre la posibilidad de equivocarme, prefiero pecar de ignorante y no de soberbio.

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