Vamos, si puedes, sube, eso es, no pongas pretextos; así le gritaba Gabriel, un experimentado piscador de frutas, a aquel novel aprendiz que se había aventurado a unirse a las faenas del campo, con la intensión de ganar unos cuantos pesos; y es que Inocencio, como se llama este temeroso trepador de árboles frutales, tenía planes de ahorrar para pagar el pasaje e irse a buscar fortuna a la gran ciudad, que por cierto, lo que tenía de grande, era la problemática que los citadinos enfrentaban todos los días, para salir bien librados de la inseguridad, de los accidentes viales, de la dificultad para conservar el trabajo, y además, para sortear todas las eventualidades ambientales y poder sobrevivir a la contaminación. Inocencio le había advertido a Gabriel que jamás había subido a un árbol, mucho menos trepado por una escalera de tamaña longitud, pues con sus cuarenta peldaños casi rebasaba los diez metros de altura; pero Gabriel seguía insistiendo: No le saques, sigue subiendo, que nada te detenga, no seas cobarde; y faltándole 5 peldaños para estar en la cima y cortar  aquellos hermosos aguacates, al estirar el brazo derecho y ponerse de puntitas,  se escuchó el crujir de la madera de aquel peldaño, y anda vete la humanidad de Inocencio, que no lograba afianzarse a las ramas del árbol, porque igualmente las de arriba eran frágiles; por cosas de un milagro, el rasgado pantalón caqui del infortunado, quedó ganchado a pocos metros de que aquel cuerpo maltrecho tocara suelo. Gabriel, que observaba la escena, al principio se rió de lo que consideró la torpeza e inexperiencia de Inocencio, pero, al ver cómo se iba precipitando y magullando el cuerpo, se llenó de temor, pues sabía que el accidentado no saldría bien librado al caer de semejante altura; más, cuando lo vio colgado de cabeza y aún con vida, se trepó rápidamente, aferrándose a los troncos de las ramas más gruesas, y como si Inocencio fuese un saco de fruta recién cortada, lo cargó en el hombro con tal destreza, que la cabeza de éste quedó apoyada en aquella espalda generosamente sudada, y como si hubiese recibido un baño en la cara, tal encuentro, hizo que Inocencio despertara, y al preguntar qué pasó, Gabriel, resoplando por el cansancio y la fuerza generada le dijo: nada, nada, que te has caído del árbol como esperaba. Como esperabas, le contestó Inocencio, entonces, por qué me dejaste subir para enfrentar tremendo riesgo, si de trepar, te dije, no sabía nada. Para probar tu obediencia, dijo Gabriel, además, yo pensé para mí, que si aparte de tu necesidad e inexperiencia, también sobresalía la estupidez, serías una fácil presa para hacer las tareas que ningún peón con sensatez, se atrevería hacer por tan poca paga.

Abuso, necesidad, inocencia, ignorancia, aprendizaje, todo se conjuga en una lección de vida.

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