En una reunión de amigos, alguien preguntó, quién se sentía satisfecho de lo que había construido en su vida; no faltó alguno de los asistentes en pedir que se dieran más detalles en cuanto al hecho de construir; y como si esto hubiese sido un detonante de ideas, éstas surgieron al por mayor, entendiendo que aquél que había tomado primero la palabra, se refería a los proyectos de vida, tales como los logros profesionales, familiares, sociales, económicos, políticos y deportivos. La mayoría habló sobre sus logros profesionales, surgiendo entonces entre el grupo, destacados ingenieros, abogados, maestros, médicos, y de estos, algunos habían logrado también éxito económico, que les dio  la oportunidad de posesionarse social y políticamente; los menos, habían destacado en lo deportivo, pero todos aseguraron que  tenían afición por algún deporte.

Curiosamente, nadie habló sobre sus logros familiares, lo que me animó a preguntar sobre ese tema, suponiendo, que como se trataba de algo fundamental para el desarrollo de cualquier proyecto de vida, lo habían obviado, pero, no fue así, empezaron a platicar sus historias familiares; si bien, reconocían la importancia de haber tenido un arranque de vida en el seno de una familia más o menos estable y con suficiencia económica para poder cursar estudios universitarios y de ahí despegar exitosamente para forjar un futuro promisorio, reconocían también,  que habían elementos desmotivantes, que incidieron en la toma de decisiones importantes, como la de formar un hogar estable y duradero. Para nuestra sorpresa, la mayoría ya había pasado por un divorcio, incluso, habían contraído segundas nupcias, más ninguno se atrevió a explicar abiertamente los motivos del rompimiento de su primer enlace matrimonial; de hecho, algunos no consideraban el evento como un fracaso, sino como parte de una experiencia de vida, donde en ocasiones, se puede llegar a estar equivocado al haber tomado precipitadamente la decisión. Sólo tres de los asistentes aceptamos seguir casados con nuestra primer pareja, uno tenía 14 años, otro 25 y yo 47 años, cuando nos peguntaron  cómo habíamos conseguido seguir unidos en matrimonio; el primero dijo que había encontrado en su esposa a la mujer ideal, que ambos se habían aceptado con sus debilidades y sus virtudes; el segundo dijo que llevaba una relación de mucha madurez, lo que les permitía tener una excelente comunicación y antes de que llegaran los desacuerdos establecían reglas de no agresión; cuando me tocó a mí el turno de hablar y siendo el de mayor antigüedad marital, con un nudo en la garganta sólo alcance a decir: Yo sólo sé que la amo.

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