Cuando las cargas emocionales negativas, que recibimos a través de una recurrente problemática personal o familiar, rebasa nuestra capacidad para pensar con claridad para poder encontrar soluciones prácticas; cuando ya nos es imposible conservar una conducta asertiva y evidenciamos fatiga mental, debemos detenernos a descansar; debemos darle a nuestra mente una considerable dosis de reposo para despejar la toxicidad que amenaza con enfermarnos seriamente.
Cuando la obviedad de las causas que generan estrés, no ha encontrado en nuestra capacidad, la efectividad para encontrar la mejor salida, es el momento para detenernos a repasar los pasos esenciales para obtener las mejores soluciones, esto nos permite identificar los detonantes de la problemática y nos da la oportunidad para organizar una respuesta adecuada al conflicto, sin tener que llegar al extremo de la desesperación y sentirnos ahogar en un vaso de agua.
En ocasiones, los problemas están bien definidos, y tienen objetivos específicos que nos guían a buscar la solución más adecuada; si por el contrario, los problemas son mal definidos, seguramente requerirán de un mayor esfuerzo de nuestra competencia, para analizar la complejidad de la situación.
Algunas veces me han pedido consejo para solucionar situaciones conflictivas cuyo origen es muy evidente, y más allá de darles una solución desde mi muy particular enfoque, les recomiendo analizar con detenimiento la situación, para identificar los factores que intervienen en la generación del problema y organizar una respuesta adecuada.
Cuando se trata de situaciones familiares, que generan conductas inadecuadas en algunos miembros de la familia, difícilmente se podrá obtener una solución solamente con el exhorto a mejorar la conducta, o ejemplificando escenarios exitosos de otras personas, es indispensable contar con un mediador externo capacitado en el tema, para que las partes en conflicto sientan que están ante un árbitro neutral.
Un buen día, cuando reinaba la confianza y existía estabilidad en el entorno, me preguntó uno de mis nietos:
_¿Abuelo, me podrías decir por qué soy así?
_Le contesté_ Así… ¿cómo?
_Me enojo con facilidad, y cuando no consigo lo que quiero, me vuelvo agresivo e irrespetuoso, después, cuando me llega la calma me arrepiento y quisiera pedir disculpas.
_ ¿Y en verdad te disculpas?
_Bueno, sólo cuando me lo permite la parte ofendida, que por lo general está tan molesta por mi conducta, que siento no admite mis disculpas.
_ ¿Y cómo te sientes con esa respuesta?
_Definitivamente mal, porque me regresa mi mal humor y me doy cuenta de que no vale la pena disculparse, y caigo en la idea, que a lo mejor no estoy tan mal, si mi mala actitud y conducta, son el reflejo de cómo me siento después de que me fallaron las personas que más quiero. Quiero ser feliz abuelo, pero no encuentro la forma de serlo, tengo resentimiento, busco culpables y a veces me culpo a mí mismo por mi mal carácter.
_Es necesario poner las cosas en su lugar, reconocer cada uno, la responsabilidad de lo que fragmentó tu visión de lo que es la vida, de lo que ha sido hasta ahora tu vida.
Hice una pausa y busqué una caja de cerillos y le pregunté si sabía lo que era y afirmó, le pedí extendiera sus brazos con las palmas de las manos hacia abajo, encendí una cerilla y se la acerqué con cautela para que sintiera el calor, y cuando éste fue suficiente como para causar dolor, el retiró sus manos de inmediato, luego le pregunté:
_ ¿Por qué retiras tus manos?
_Porque me estabas quemando _contestó.
_¿Por qué si sabías lo que iba hacer no lo evitaste?
_Porque sé que tú nunca harías algo que me dañara y confié en ti.
Las personas que nos aman realmente no buscan dañarnos, desgraciadamente, se olvidan de que el amor exige renunciar a sí mismos, para darle la felicidad a quien más lo necesita. No hay dinero suficiente en el mundo para comprar la felicidad, porque la felicidad reside en el espíritu y sólo puede obtenerse cuando recibimos y damos amor.
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