En un diálogo de mucha altura, con mi inteligente nieto Sebastián, que se suscitó debido a mis limitados conocimientos sobre manejo de equipos de cómputo, surgió la pregunta: Abuelo ¿Cuánto tienes que viajar en el tiempo para que tu mente pueda traer a la luz pública una anécdota? Me quedé pensando y le contesté: En un principio, el viaje era tan corto que casi inmediatamente surgía el recuerdo y lo escribía; pero después de diez años de estar escudriñando en mi memoria, para escribir mis anécdotas, empecé a tener un poco de dificultad, digamos que lo más que he tardado ha sido una hora; te confieso que me entró cierta preocupación, pero sé que no se trata de una presunta pérdida de memoria, lo que pasa, es que la mayoría de las veces recuerdo más lo positivo que lo negativo, tú sabes, las cosas que nos dañaron, pareciera que las tenemos en un archivo muy escondido, aunque te diré que analizándolos a consciencia, se traducen en valiosas lecciones de aprendizaje en la vida. Sebastián no requirió mayor explicación y repuso, qué bueno que te intereses en saber de Sistemas Computacionales, debes de ponerte al día, pues se puede convertir en un importante auxiliar en tu labor como articulista. Y sí, mi nieto me dio las nuevas lecciones de cómputo de manera virtual, y me agradó sobremanera su buena disposición y su paciencia, que me atreví a decirle que tenía mucha madera de maestro, lo que el muchacho agradeció con una hermosa sonrisa, expresada en su cara sobre la imagen proyectada en la pequeña ventana que tenía abierta en el monitor de la pantalla. Terminadas las lecciones de ese día, me quedé pensando sobre la maravillosa experiencia de ser abuelo y la gran fortuna de tener siete nietos, y si bien es cierto que todos son diferentes, en cada uno de ellos, veo alguna huella de lo que yo fui. Por cierto, ayer pasaron mis nietos más pequeños por el frente de la casa, José mi yerno detuvo el vehículo y abrió las ventanas para que José Manuel y María José pudieran vernos, los niños traían su cubre bocas; de pronto, María abrió la puerta y se detuvo en la banqueta, mientras yo la exhortaba a regresar al auto, pero la niña señalaba con el dedo índice de su mano derecha el cubre boca, y al ver que la abuela se acercó a un metro de distancia, la niña no se pudo contener y la abrazó, después a casi dos meses de no hacerlo; al ver la escena el pequeño José de tres años bajó rápidamente del auto y sin esperarlo corrió hacia mí para abrazarme, y a un grito desesperado de su madre se detuvo faltando apenas veinte centímetros de llegar a mí, el niño me miraba como pidiendo autorización para abrazarme, y lo tomé de sus brazos y le expliqué que era necesario seguir cuidándonos, se podía sentir entre el cumulo de emociones en el espacio que nos rodeaba, primero alegría, después tristeza.

Hay anécdotas que se tejen en el aire, en momentos vitales de nuestra existencia, hay recuerdos que se quedarán sin grabar, pero que tarde o temprano regresarán para completar la dicha, que quedó interrumpida por un hecho inolvidable.

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