En ocasiones somos injustos con la vida, porque solemos hacer juicios sobre cómo nos va en los momentos de más apremio, olvidándonos de los maravillosos regalos que nos ha obsequiado tiempo atrás.
María Elena no desaprovecha un minuto del día, y hoy más que nunca tiene tiempo suficiente para ir desenterrando los tesoros que ambos ocultamos muchos años atrás. Mientras ella sigue explorando todos los rincones de nuestra casa, yo me la paso meditando, analizando y haciendo algunas proyecciones sobre nuestro presente y probable futuro; tal vez sea esa la diferencia entre el estar en paz consigo mismo y vivir retroalimentándose negativamente con pensamientos torturantes.
La observo todos los días, y no dejo de admirarla por la pasión con lo que hace todo lo que está a su alcance, y que considera es indispensable para vivir en armonía con nuestro entorno. Ayer encontró un portafolio que no veía desde hace más de 40 años, lo sacudió, y al abrirlo descubrió algunos documentos personales, calificaciones de mis primeros tres años de la carrera de medicina, credenciales y fotografías, desde luego, que su curiosidad le generó algunas dudas sobre mi historial académico; entonces me llamó para compartir su descubrimiento, y sí, al ver el portafolio, inmediatamente me vi con él en la mano en aquellos años de estudiante y traté de recordar por qué lo había abandonado, me bastó encontrar las boletas de calificaciones, para saber la causa; al ver mi esposa mi semblante triste, me preguntó el motivo, le mostré las boletas, las miró detenidamente, y exhibiendo su misericordia dijo: Sin duda la carrera de médico es muy difícil, y más en aquellos tiempos, cuando no se contaba con tantas herramientas para el aprendizaje. Como vio que no cambié mi semblante, puso su mano derecha sobre mi hombro y comentó: Vamos, no es para tanto, no son calificaciones excelentes pero, eso no impidió que salieras adelante. Por fin rompí el silencio y le dije: No me apenan las calificaciones, sólo me entristece el recuerdo del por qué no sobresalí mucho en aquella época. A ver, dijo ella, platícame, cuál fue ese motivo. Fue una época muy difícil, pero más que pesar la situación económica, el mayor peso para mí lo fue en lo emocional; pero quiero hablarte ahora de un milagro. ¿Un milagro? A qué te refieres. Observa mis calificaciones después de los primeros tres años de carrera, María Elena se sorprendió, pero si son excelentes, me dijo, no entiendo ¿cuál fue el milagro que generó tan sorprendente cambio? Cuando estaba a punto de renunciar a continuar mi carrera, un día me vi rezando en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús; me decía miembro de la misma, pero la verdad era sólo un decir, no sabía ninguna oración, así es que cerré los ojos y me dispuse hablar con Dios, en mi torpeza dije: ¿Por qué me castigas tanto? Ya no quiero estar solo llevando esta pena tan grande que oprime mi corazón, no puedo ver sufrir más a mi madre, ella me necesita aquí y yo llevo ya tres años fuera de casa y por más que me esfuerzo, no logro concentrarme en lo que hago; minutos después salí del templo y por el camino sentí una sensación de indescriptible paz interior, y una idea surgió en mi mente: Necesito que el amor desplace el dolor que me ha acompañado desde que tengo conciencia; para entonces, tú ya eras mi novia, pero, nuestra relación no era muy bien vista por tu padre, no porque fuera un hombre insensible, por el contrario, quería lo mejor para ti, y mi vida semejaba una barca a punto de naufragar; en fin, llegando al barrio te busqué y salimos a caminar, recordarás el día en que te hice la propuesta de matrimonio, yo sí lo recuerdo bien, más que darte gusto, te asustaste, pero cuando mi corazón le habló al tuyo, me diste el sí; lo que pasó después, tu mejor que nadie lo sabe. Por cierto, en esa misma portafolio encontré esta tarjeta, data del día de mi graduación, estaba en la mesa reservada para mí y mis invitados, tenía mi nombre; ese día, me acompañaba mi madre, mi padre, tú, nuestra hija Kattia, mis hermanos Aminta, Claudia, Virgilio, mi primo Gilberto, mis amigos más allegados Antonio A. Beltrán Castro, Oscar D. Vázquez. En el transcurso de la fiesta, mi padre tomó la tarjeta y escribió sobre ella, y me la puso en una bolsa del saco; hoy la leo de nuevo dice: “Con el deseo sincero por tu superación profesional, aunque sea poco lo que te he legado”. No pude evitar derramar un par de lágrimas; lo que intrigó a mi amigo Antonio, quien me pidió la tarjeta y le ganó también la emoción y escribió: “Mi muy querido amigo, nadie mejor que yo sabe los sufrimientos que has tenido que pasar para llegar a la meta que te propusiste, pues juntos hemos pasado interminables horas de estudio, de dolor y privaciones, soy feliz de ver cumplido tus deseos” Bueno, preguntó María Elena, pero aún no me has dicho ¿cuál fue el milagro? Sonreí, la abracé y le dije: Pregúntaselo a Dios.
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