Benditas mujeres, benditas todas ellas, empezando por mi madre, que ha sido un ejemplo de fortaleza para todos sus hijos, una fuente viva de amor y un manto protector para toda su descendencia; benditas mis abuelas en la eternidad, continuidad del amor en espíritu, y protección ancestral; bendita sea mi esposa, madre de mis hijos, pilar fundamental de la institución matrimonial, fortaleza de unidad indiscutible y fuente inagotable de amor; benditas mis hijas, almas limpias generadoras de amor, fuente indiscutible de seguridad para sus hijos, bastión de valores positivos, maestras del hogar, forjadoras de una sólida educación.
Son las mujeres una bendición para la humanidad, el tesoro más grande para mantener la paz, la justicia y la equidad, que con humildad, dirigen la vida del planeta, haciéndonos creer a los hombres que somos los que estamos al frente de todo, cuando sólo somos seres codependientes.
Hoy, la mayor responsabilidad en el hogar, para mantenernos a salvo del contagio de esta pandemia viral, minimizar los daños y prevenir la propagación de la enfermedad, recae en la mujer; la mujer madre, la mujer abuela, la mujer esposa, la mujer hermana, la mujer hija, la mujer nieta.
Y los hombres, algunos comprometidos por paternidad, otros profesionalmente, otros política y económicamente; podemos desempeñar nuestra función en la tranquilidad, de que la mujer, protegerá hasta con su vida la viabilidad de la familia, de la sociedad, de la humanidad toda; o ¿acaso se dudaría de mis palabras, al justificarnos, pensando erróneamente, que es el hombre en quien recae la mayor parte de la carga de un hogar, de un trabajo, o de la sociedad misma?
Con la humildad y la sinceridad que emana de mi corazón, con el amor que les profeso a todas las mujeres, le pido a Jesucristo nuestro salvador que siga protegiéndolas y bendiciendo como hasta ahora lo ha hecho.
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