Heme aquí como todos los viernes en la tarde, esperando la llamada de mi gran amigo Badú para hacer planes, siempre hemos dicho, que el tiempo destinado especialmente para fortalecer la amistad inicia precisamente después de las 17:00 horas del día citado; tal vez iremos al cine, o mejor aún, nos reuniremos para platicar los pormenores de nuestra semana.

Es una bendición, poder tener cerca a alguien que verdaderamente te estima, que te escucha, incluso, te aconseja con el único interés de apoyar tu bienestar, porque eso de llevar en hombros el peso de la responsabilidad, de velar por la salud del prójimo sí que es desgastante física y mentalmente.

Este mensaje lo escribí antes de que mi mejor amigo emprendiera el camino hacia la otra vida; pero, eso no quiere decir que los viernes, como así era nuestra costumbre, no extrañe su llamada para afinar los detalles de nuestro amistoso y tradicional encuentro.

Es cierto, la vida sigue, pero, cuando alguien, con el que has compartido la mitad de tu existencia se marcha, no dejas de extrañarlo, porque siempre había algo nuevo que contar, algo viejo que recordar y una añoranza que no se ligaba al tiempo ordinario, sino a una disposición divina de carácter espiritual.

Hoy caminaré un poco por el pasado, siguiendo las huellas de la amistad, sintiendo como tu espíritu camina conmigo y se alegra de que no lo haya olvidado; porque las buenas amistades no tienen límite en el tiempo y nunca mueren.

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