Había cosas en la vida, que me esperaban más allá del hecho de saber que tenía fuerza, movimiento y destrezas; para ello, tendría que viajar por el tiempo, por la vía de la edad, hasta llegar a la estación de la madurez y desarrollar la capacidad de ver, oír y hablar con el corazón; fue entonces cuando empecé a presenciar los milagros que el creador de todo cuanto existe ponía ante mis ojos; aquellos maravillosos días de los años del inicio de mi eternidad, fue cuando presencié los nacimientos de la bondad, la humildad y la ternura; entonces, el Señor dijo: Para que no se te olvide nunca que eres poseedor de una bienaventuranza, le pondré nombre a cada una de estas tres virtudes, la bondad llevará por nombre Sebastián, la humildad se llamara Emiliano y la ternura será llamada Andrea, y deberás pasar el tiempo que sea necesario, para asegurarte que encontrarán el camino de la verdad en sus vidas. Después de esa revelación y de aceptar la encomienda de mi Padre, me dirigí por el camino de la felicidad, hasta una puerta que en el marco superior tenía grabada la siguiente frase: Por aquí se va a la dicha; toque tres veces y una voz llamada incertidumbre me preguntó mi nombre, sin titubear le dije soy yo, Salomón, y detrás de la puerta me contestaron: Tendrás que cambiar de nombre si quieres entrar. ¿Cómo me habré de llamar entonces? Mientras que camines por aquí, te llamaras abuelo. Abuelo seré entonces, contesté. La puerta se abrió y al cerrarla, vi que en el marco superior había una frase que decía: Por aquí se va a la desdicha; seguí caminando hasta que llegué hasta donde se encontraba la bondad, quedé maravillado con su belleza, una gran cualidad sobresalía de su carácter era la serenidad, entonces le pregunté: ¿Acaso eres tú Sebastián? Lo soy, me contestó sonriendo. Como verás, mi nombre empieza con S, así como la primera letra de tu nombre, así como solías llamarte antes de entrar a la dicha. Aparte de bondadoso, ahora veo que eres muy inteligente; pasé el tiempo suficiente con Sebastián, pero amoroso como era, cuando me vio marchar, se fue tras de mí, siempre tomando cierta distancia; pero de pronto el camino se vio obstruido por el paso de una tormenta de arena que lo hizo perder el camino, llegando sin querer a la puerta de la desdicha, abriéndola, y empezó a caminar por la incertidumbre. Después conocí a la humildad, me dio su nombre: Emiliano y me quedé un tiempo pues había mucho que aprender de él, una de sus grandes virtudes era la de poder ver en otras personas a Dios. Por último llegué hasta donde se encontraba la ternura, y me dijo: Mi nombre es Andrea; a la ternura la acompañaba la alegría, la Inocencia y la nobleza.
Hay cosas en la vida que me esperan más adelante, Dios me ha puesto en el camino correcto, caminaré descalzo para sentir la tierra que piso, para sentir las espinas y para dejar mis huellas por el camino.

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