Tomé el libro entre mis manos, y de nuevo leí las páginas que ya había leído en otras ocasiones, entonces me pregunté ¿Por qué lo hago? ¿Qué es lo que me atrae de esa lectura? Sin duda, había algo que me ligaba profundamente a lo que el autor estaba manifestando.
Y estando cerca el día de padre, traté de recordar el momento en que me sentí realmente festejado; empecé cuando mis pequeños hijos aún no tenían noción de lo que en verdad significaba la figura paterna, por ello, fue su madre la que organizaba un pequeño evento para significarlo; si recibía un regalo, este era proporcionado por mi esposa. Cuando aprendieron a escribir mis hijos y se acercaba el citado día, fue su madre de nuevo quien les decía que preparan algún obsequio para mí, entonces empecé a recibir un dibujo donde aparecíamos toda la familia, procurando señalar la figura que identificaban como papá; después vinieron los dibujos de paisajes de lugares donde habíamos ido a vacacionar y nos divertimos en grande; siguieron más adelante las cartas con expresiones de afecto. Cuando cursaban la educación media llegaron las cartas de reconocimiento a mi esfuerzo y de gratitud. Cuando formaron su hogar, acompañando a las cartas venía alguna fotografía de los nietos, era evidente que el hecho de ser abuelo era ahora el mejor regalo.
He de reconocer, que todas esas muestras de afecto me hicieron muy feliz, pero siempre me quedaba un dejo de tristeza, pues me preguntaba por qué debería de ser su madre la que impulsara las acciones para hacerme sentir bien o feliz, ¿acaso no podían ellos tomar la iniciativa para allegarme esa felicidad tan añorada? De unos años a la fecha, cada uno de mis hijos se esfuerza por significar el festejo de manera particular y siguiendo el ejemplo de su madre, mis hijas tratan de allegarle al padre de sus hijos las muestras de amor, y en el caso de mi único hijo varón, busca de manera individual allegarse un festejo a modo, pues siente mayor compromiso con el grupo de amigos que frecuenta, porque también son padres y gustan de festejarlo de manera compartida, más la madre de mis hijos sigue preocupándose porque ellos no me olviden y como siempre, es la que está más al pendiente y preocupada por que no pase desapercibida la ocasión.
Tal vez el hecho se traduzca en la fortuna que tuvieron mis hijos de tener mucha madre y sea esta la realidad que pasamos muchos padres experimentando el síndrome de San José; hemos venido al mundo para acompañar a nuestras esposas para recordar la divinidad que encierra la figura materna.
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